viernes, 31 de octubre de 2008

El extraterrestre - Rebeca Montañez


Nadie creerá lo que me pasa. Pero por increíble que resulte, es verdad: vivo en compañía de un extraterrestre. 
En alguna ocasión, mis insomnios prolongados me hicieron salir a medianoche a la terraza de mi casa en la playa. Ahí se dio nuestro encuentro. El pequeño hombre se presentó ante mí de una manera tan cordial que la simpatía se dio mutua y naturalmente. Nos hicimos amigos y empezó a frecuentarme. Después de algunas semanas me reveló su secreto: provenía de otra galaxia. ¡Nunca lo hubiera imaginado! Su fisonomía era bastante similar a la de cualquier terrícola. Sólo un oculto detalle establecía la diferencia: la planta de su pie estaba surcada por un extraño conjunto de trazos al relieve, una especie de carnet de identidad intransferible. Este descubrimiento no afectó nuestra amistad; por el contrario, contribuyó a la cercanía de los dos. Me hablaba de su mundo, de sus viajes interplanetarios y me contaba historias fantásticas de la vida en lugares remotísimos. Yo, a falta de historias fantasiosas, solo le hablaba de mi vida en Internet y mis querencias virtuales. Él se reía mucho, incluso propuso regalarme un artilugio para acceder a la pantalla de la PC y salir del otro lado del océano de cara a mis desconocidos interlocutores; no lo acepté. Por supuesto, se hubiera roto la magia. Con estas cosas se ganó mi confianza. Un día, me pidió quedarse en mi departamento para protegerme. Acepté para ahorrar el pago de la seguridad en el condominio. Hasta aquí todo bien. 
El único inconveniente se dio meses después, a resultas de que descubrí que también en esos lejanos mundos existen los sicópatas. Y mi amigo... es uno de ellos. El hombrecito insiste en decir que los extraterrestres vienen a limpiar la Tierra de todo rastro de maldad, pecado y malas obras; piensa que ignoro sus acciones, pero me he dado cuenta de que exterminó a algunos vecinos. Lo hace con su pistola de rayos PAT, y no deja rastros de sus víctimas. Comenzó con Sita, la escritora de cuentos porno-eróticos, siguió con Martha y Luis, los adúlteros de la calle 10, luego con Almeida, el político corrupto... Ya he perdido la cuenta, me limito a quedar pensativa cuando me comentan que alguien desaparece sin dejar ni polvo en el camino. Vivo aterrorizada,  no me permito ni el mínimo pensamiento sucio; he dejado de tener sexo con mi novio, y estoy ponderando la conveniencia de recluirme en un convento, total que no sería mucha la diferencia con la vida que llevo actualmente. He llegado a pensar en la posibilidad de que este extraterrestre canalla sea en realidad miembro de alguna secta fanática, de uno de esos jodidos grupos moralistas que quieren acabar con los pocos pecadores satisfechos que quedamos en la Tierra.

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