miércoles, 29 de octubre de 2008

La nueva casa - Adriana Alarco de Zadra


La casa crecía mientras se elevaba el árbol. El invento transgenético producía viviendas: una habitación dentro del árbol. Con este experimento popular, el árbol se desarrollaba alrededor de un globo de material genético que se inflaba dentro y, al llegar al tamaño requerido, se desinflaba dejando una habitación en medio. Así crecía la casa en el bosque.
La sustancia genética le daba las fuerzas para aumentar como una gran barriga adentro y la energía que sacaba del terreno se iba difundiendo por las paredes cóncavas. Se entraba a la vivienda por entre las raíces abiertas a un espacio que se podía dividir y adornar al gusto del inquilino. Admiramos la notable invención de producir casas que se fabrican solas abriendo un vacío adentro de los árboles. 
En ese árbol, el crecimiento se había detenido. El globo de material genético se había desinflado y quedaba el espacio rodeado por las paredes internas del tronco, esperando ser amoblado con muebles y tecnología…
¿Qué más se podía desear? ¡Tener casa propia sin usar acero ni mano de obra! Una maravilla de la ciencia…
Era la primera casa de la colonia y me mudé con mis hijos. Instalé muebles desarmables sin necesidad de abrir más ventanas en el tronco ni más puertas que las abiertas entre las gigantescas raíces…
Los niños saltaban felices rascando las paredes de la nueva vivienda. La chimenea tendría las seguridades del caso, y las tuberías bajarían llevando agua de lluvia desde la cisterna. Dormimos arrullados por los sonidos del bosque. 
Me desperté en medio de la noche por los chillidos aterrados de los niños. Estaban atorados entre las paredes internas del árbol. Se suponía que no debía crecer más este árbol maldito y, sin embargo, estaba aumentando hacia adentro a ojos vistas y rellenando el vacío. Los cuerpos de mis hijos, estaban desapareciendo tragados por el árbol. Ahora no se veían más que sus brazos y sus cabezas. 
¿La casa del bosque necesitaba alimento genético para crecer? Eso no estaba planeado. No podía ni pensar con cordura viendo el horror delante de mí. Trataba de jalarlos y no se despegaban de la pared. Con desesperación, cogí un hacha y corté la madera alrededor de ellos hasta que pude sacar a uno, desprendiéndolo con todas mis fuerzas. Los otros dos me miraban suplicantes, con las bocas abiertas y sin poder gritar, atorados en su prisión vegetal. 
Finalmente pude librarlos del árbol que tragaba gente. No regresamos nunca más a la colonia transgenética.
Construimos nuestra casa de acero, cemento y vidrio y desterramos todo lo que nos hiciera recordar el árbol, la madera, la leña, el empapelado, los vegetales, las flores, las hojas y las semillas. Actualmente nos alimentamos de pastillas vitamínicas y de bebidas químicas. Nunca más comimos verduras ni legumbres ni visitamos ningún bosque en esta colonia planetaria.
Vivimos felices rodeados de tecnología sin ver crecer hierbas y con la esperanza de vivir saludables por el resto de nuestros días.

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