martes, 25 de noviembre de 2008

¿Te gusta el picante? - Ricardo Giorno


Nasarala le levanta un párpado a Rossi, le pincha el ojo. Rossi abre la boca, inflama la garganta: las venas negras sobre la piel blanca.
Gritaba, seguramente. ¿Qué grito le estará ofreciendo? Sordo de nacimiento, Nasarala no puede degustar ese grito.
Tendrá que traducirlo a alguno de los otros sentidos. El tacto no, lo descartó hace tiempo. El olfato tampoco, no cuaja “un grito de mal aliento”.
Tiene grabado de cuando probó el ají picante. El chile. Ahí, Nasarala también gritó. Un grito de desesperación, de impotencia. Sólo se dio cuenta de que gritaba al ver las caras de sus compañeros de Orfanato. Los ojos encendidos, las bocas abiertas, el calor enrojecido de la piel, el estertor violento de sus pechos. Ello gritaban, pero de risa. Se enteró después.
El pecho a Nasarala, igual que a los otros, se le convulsionó cuando mató al primero. Recuerda muy bien que abrió la boca y lloró. Lloró la risa más hermosa de todas: la de la venganza.
Después de despachar al segundo empezó a saborear la comida sazonada, los diferentes grados de dolor en el paladar. Sí, debe comparar el grito de Rossi —el cabecilla, el último— con el sentido del gusto.
Le levanta el otro párpado y le pincha el ojo. Rossi trepida, rechina los dientes y vuelve a abrir la boca. Nasarala mete un dedo en la órbita. Rossi abre aún más la boca, si eso es posible. 
¿Qué grito le estará ofreciendo?

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