martes, 30 de diciembre de 2008

El gato triste y azul - Víctor Miguel Gallardo Barragán


El gato azul está triste. No viajó desde su lejano planeta para esto, piensa constantemente. Observa con detenimiento los pensamientos del huésped y capta su indiferencia.
—Soy sólo tu comensal, no quiero hacerte nada malo —se justifica. El otro se indigna, está francamente irritado, pone todo su empeño en expulsar al gato azul de su cerebro. El gato sigue estando triste.
—Esto no es simbiosis, ni depredación, ni parasitismo. Soy tu comensal —repite el gato, pero el otro no atiende a razones. El gato es agredido por miles de pensamientos y, finalmente, hastiado, devora la cordura del huésped y un nuevo cuerpo cae, inerte, en mitad del pasillo del hotel.
El gato azul viaja a un nuevo hogar, el más cercano que encuentra. Una niña, en la habitación 112, mira absorta un canal temático de ciencia. El gato salta y se enmaraña en su pelo, inserta sus uñas en los orificios de las orejas y de los ojos. La niña, inmutable, se deja hacer con desgana. El gato no comprende, el gato se entristece ante la lamentable condición humana. 
La niña tose y se rasca la cabeza. El gato cree que ha llegado el momento de hablar.
—Soy sólo tu comensal, no quiero hacerte nada malo.
La niña se levanta y se mira en el espejo. Sonríe.
—Eres guapo, gato. ¿Serás tú mi marido?
El gato parpadea sin comprender, pero al cabo sonríe: esto es mejor que nada, y al fin ha encontrado un espécimen que parece dispuesto a cooperar.
—Tú también eres muy guapa, niña. Pero quiero explicarte qué voy a hacerte.
—¿Me va a doler? —pregunta la niña. El gato empieza a alegrarse de su suerte. ¡Esta niña está más que dispuesta a ser su mansión!
—No, por supuesto que no.
La niña ríe con picardía.
—Antes de hacerlo quiero que te cases conmigo. Mamá dice que eso es lo correcto.
El gato ya no se alegra tanto.
—Creo que no comprendes lo que quiero decir... —empieza a susurrar, pero la niña ya está revolviendo en la maleta de sus padres, la niña ya está sosteniendo un pañuelo blanco de encaje, la niña ya está ajustando el improvisado velo sobre su cabeza.
—¿Me querrás siempre? ¿Serás mi esposo hasta que la muerte nos separe? ¿Me darás hijos sanos y fuertes? ¿Me protegerás del resto de los hombres?
El gato está empezando a dudar de la conveniencia de seguir sobre la cabeza de la chica. Aún así, es menester hacer un último esfuerzo.
—Niña, necesito un cuerpo...
—Yo también necesito un cuerpo.
El gato odia que lo interrumpan con sandeces y clava sus uñas, pero las terminaciones nerviosas de la pequeña humana no reaccionan. Al contrario, el dolor que no toca a la niña golpea al gato, que apenas puede evitar el desvanecimiento.
—Niña, yo...
—¿Serás mi esposo hasta que la muerte nos separe? —repite la niña, la mirada fija en el espejo, las pequeñas manos aferrando una flor de plástico que ha tomado de un pequeño jarrón sobre la cómoda. El gato intenta huir de este remedo de matrimonio, intenta saltar del cuerpo y buscar otra opción, otra potencial mansión en la que pasar el resto de su vida, pero algo se lo impide. No puede moverse, el gato azul no puede moverse, y por más que clava sus uñas desesperado sólo recibe, en contraprestación, un dolor insoportable.
—Quiero que me des muchos hijos. Mamá dice que es lo correcto, tener muchos hijos. 
El gato no escucha, el gato sólo soporta el dolor mientras intenta huir.
—Y serán muy guapos, azules como tú y de pelo dorado como yo. Mamá dice que para eso vinimos a este planeta: para procrearnos y mestizar. Yo creo que nuestros hijos serán unos mestizos muy guapos, ¿no crees? Me gustaría tener miles de hijos.
El gato azul, más triste de lo que ha estado jamás, piensa que, en efecto, no viajó desde su lejano planeta para esto. Definitivamente no.

Tomado de Sinergia: http://www.nuevasinergia.com.ar

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