domingo, 25 de enero de 2009

Viaje al fondo del píloro nocturno - Héctor Ranea y Sergio Gaut vel Hartman


—¡Aorta! —gritó el marinero en el castillo de popa.
—¡Imbécil —exclamó el checheno—. Tiene un sánguche de milanesa de choique en cada ojo, ese tarado —comentó.
—Más tarado será usted, Berinchov —refutó el skipper—. Desde que viajamos por el cuerpo del rabino Löw los sistemas han sido regulados para que la nave circule hasta el cerebro y encontremos la fórmula.
—¡Qué fórmula, recórcholis! —gritó el epistemólogo, malhumorado.
—Nada que le concierna —comentó el marinero del castillo de popa.
—¡Epa! Aquí están pasando cosas. Primero, me pongo a jugar un poco de ajedrez tetradimensional y me salen con el absurdo de que navegamos por los intestinos de un rabino.
—Es el sistema circulatorio, ignorante —comentó con sorna el cabello virtual de Samantha, que trabajó como enfermera tiempo completo en un geriátrico marsellés y luego fue vendida a los piratas de Lobería.
—¡Es el colmo de lo inaudito! Exijo que se consideren mis papeles como embajador checheno antes de dirigirse a mí con esos epítetos de mala leche.
—¡Entonces deje trabajar a la gente! —gritó el skipper ya con una bronca bastante más desarrollada.
—Bueno. Siendo así, me callo. —El checheno amainó las plumas pero no las alas, de modo que aprovechó sus apósitos dorsales para volar a proa y ver en el plasma de Fernández cómo procedía la operación. La cara de satisfacción del científico decía casi todo. Entonces el checheno no pudo más y preguntó, tanto como para molestar—: Dígame, Fernández: ¿cuánto falta para llegar a la parte simbólica del cerebro?
—En apenas unos segundos estaremos ingresando al flujo cerebral. Será una etapa crucial, dado que ingresaremos como virus a su sistema nervioso. Esperemos que su religión no nos rechace.
—¿Él sabe que andamos por acá?
—Conscientemente lo sabe, pero su organismo nos atacó varias veces.
—Y dígame, Fernández: si podíamos achicarnos para entrar en el rabino Löw, ¿por qué carajo no nos achicamos para entrar en el agujero de gusano? ¡Hato de imberbes comeheces, seres vermiculares llenos de polvo de momia! ¡Estoy harto de darme cuenta de que el único que acá entiende algo soy yo!
Esto selló el destino del checheno, porque desde el interior del rabino, con la furia intacta después de haber leído a Mailer y la imaginación desbordada tras tragarse las obras completas de Lovecraft en Braille, Yahvé salió de su mutismo de siglos y tronó flatulento por los laberintos del ruinoso cuerpo.
—¡Voy a recuperar protagonismo, carajo! ¡Ya es hora de que me deje de ser letra muerta en un libro más muerto todavía! ¡Escuchen, mortales! Sé que me han desafiado al miniaturizarse, aunque debía esperar algo así de los escupitajos que creé hace tanto tiempo. Por haber actuado así y no haber guardado mi alianza y las leyes que ordené, voy a arrancarles el reino de sus manos y se lo daré al último siervo de esta nave.
Dicho y hecho.

De pronto se encontraron sentados en la terraza de un edificio frente a un mar de arena. Estaban Berinchev, Fernández, Samantha, el skipper y otra docena de personajes de esta serie que amenaza con irse de las manos (cuatro) de los inconscientes que la pergeñaron. Y al frente de todos, estaba el último orejón del tarro, el grumete Salemo, que nunca había aparecido antes porque el último orejón del tarro no aparece hasta que el tarro no se vacía de orejones, no sé si somos claros.
Salemo golpeó un vaso de cerveza con una cucharita de plata y reclamó atención.
—Nos hallamos reunidos para celebrar la primera sesión del culto holístico cuyos milagrosos preceptos han sido transfundidos en mí por la sublime gracia de Yahvé. Procedo a enumerar los cien mandamientos básicos de la nueva religión.
No somos tan sádicos, por lo que vamos a saltear esta parte. Para cuando Salemo terminó de enumerar los cien preceptos, la concurrencia, salvo Berinchev, dormía la mona. El checheno, inmune a la droga que Salemo había ordenado verter en la cerveza, permanecía atento y alerta.
—¿Y ahora qué, mamarracho?
—¿Por qué no se durmió? —Salemo estaba asustado; le sudaban las manos y a cada rato miraba el cielo rojo sangre como si esperara la llegada de Yahvé en un helicóptero de la US Navy.
—El show debe seguir, muñeco —replicó el epistemólogo, burlón—. Y te garantizo que en el próximo episodio de esta serie la vas a pasar muy muy mal, aunque tu amigo baje a ayudarte. 

2 comentarios:

Salemo dijo...

Colijo que esto va a terminar mal.
No se puede dejar ni por un instante el manejo de nada a seres incompetentes por más que se declaren amigos de personajes importantes.Si el tipo siempre fué un grumete, por algo será.

Ogui dijo...

Puede que tenga razón. Noto en esa nave una tendencia a dejar en manos de incompetentes tareas difíciles como enhebrar un agujero de gusano y pa pior, con tendencia a ser sistemático...