viernes, 10 de abril de 2009

Curiosidad - Sergio Gaut vel Hartman


Aquella noche, cuando me aproximé sin un buen motivo al pequeño sector exclusivo de los extraños, noté que la luz surgía por las grietas de la puerta y deduje que ellos estaban en el interior. La cruda fosforescencia de los ojos de aquellos seres, algo tan repulsivamente luminoso que sometía a cualquier clase de sombra, había sido nuestro tormento desde el primer día. Traté de cubrir mi rostro tapándolo con las manos y retrocedí en busca de oscuridad. Pero fue inútil. La irradiación me persiguió y no tardé en entrar en pánico. Corrí. Había visto morir a muchos al ser tocados por el filo de la mirada de los visitantes y ni siquiera en la época del apogeo de la epidemia nuestros benefactores dejaron de atormentarnos con el fulgor. Me arrojé al suelo y el dardo luminoso, tras pasar por encima de mi cuerpo, se perdió en los laberintos. Pensé que tal vez me salvó que la criatura había bebido esa sustancia que les hace perder el control, que estuviese borracha. Examiné la puerta desde cierta distancia y noté que la luz se había apagado. Suspiré aliviado y me arrastré hasta mi madriguera tras prometerme que no volvería a ser tan imprudente.

1 comentario:

Ogui dijo...

un punto de vista extraordinario que genera un cuento buenísimo!