miércoles, 22 de abril de 2009

Drummer 9 - Héctor Ranea


Sabía Drummer que rápidamente se acercaba a ser el único humano que podría experimentar la más grande tsunami de todo el Sistema Solar. Un gigantesco evento de gas a presiones y temperaturas ardientes que llovería sobre él, posiblemente si se situaba en el punto, justo en el que la eyección de material sería producida. Como es habitual en estos casos de heroísmo extremo, el protagonista tiene dos cerebros pensantes, el uno repasa su amor, su historia, su fortuna. El otro revisa paso por paso todo lo que sea necesario para situarlo en el punto de Lagrange que corresponde, justo arriba de la mancha pequeña, la enorme tormenta que apareció en 2008 y dio a los científicos la clave de la tectónica de placas de Júpiter y el consiguiente cálculo del evento que esta mancha precedía.
En esos momentos por uno de los cerebros de Drummer, contento por haber llegado a la región antes del evento, recordaba esos ojos tan singulares que lo habían enamorado hasta la perdición en el Cañadón del León. Era curioso, no recordaba el nombre de la dama que tanta emoción había quemado en el pecho del camionero. No podía recordar el nombre porque fue una visión, apenas llegado al bar, mientras comía el costillar de capón hecho en la económica con ese característico olor del carbón mineral quemado.
En ese instante en que todo parece detenerse cuando se ve aquello por lo que se ha vivido sin saberlo, ella pasó sirviendo a los dos o tres comensales del momento y lo miró y eso fue suficiente para encender en Drummer una pasión que sólo podría curarse en el inmenso fuego, lava cósmica de Júpiter. Eso no podía saberlo Syd en ese instante, sobre todo porque no podía pensar. Ella se le acercó para preguntarle si quería que calentaran el capón, que ya se había enfriado. Como apenas dijo algunas palabras, ella se fue con su sonrisa y el plato y regresó pronto, con otro plato y se sentó a su lado para calmar lo que sabía que había encendido en ese camionero especial.
Syd podía apenas tener en la cabeza algunos redobles de la banda de Harrison, alguna canción de The Police referida a las botellas que caen en el mar, salvo que él era la botella y el mar era esa pampa maravillosa.
Esa noche se adueñaron el uno del otro. Y no puede recordar su nombre Syd porque ella nunca se lo dijo, se lo susurró en medio de los abrazos y las penas. Él lo olvidó.
Años después, seguían amándose dejándose arrullar por la noche, entre estrellas y brisas de verano. No podía ser más serio el empeño de esos dos en amarse y lo hicieron hasta la más profunda locura.
Eso recuerda Syd mientras hace la vigilia del evento joviano. En Tierra le advierten que abra todos los canales de grabación, los canales internos también. Syd se coloca dentro de un casco que, si bien no podría salvarlo, haría más rápida su muerte. En ese casco, como equipo de emergencia, Syd logró meter su batería.

2 comentarios:

Florieclipse dijo...

Entonces Syd padecía megalocefalia. Buen dato.
Y también era de corazón grande, según veo.
Me gustó el toque romántico.

Ogui dijo...

Gracias Florieclipse! Casi como que ya la conozco por sus comentarios. El casco de las naves no es para meter la cabeza, solamente. En este caso específico, el casco era el de la nave que debía proteger a nuestro héroe, pero... continúa la saga. No se pierda el próximo capítulo!