viernes, 31 de julio de 2009

Un producto de calidad - Sergio Gaut vel Hartman


La pareja esperó delante del mostrador a que la recepcionista levantara la vista.
—¿En qué puedo servirlos? —dijo finalmente.
La que habló fue la mujer.
—Quisiéramos… encargar un hijo… un IPS, ¿puede ser?
—¡Sí, por supuesto! —respondió la recepcionista—. Uno de nuestros vendedores vendrá de inmediato a atenderlos. Tomen asiento, por favor.
La espera se hizo larga y tensa. La mujer miraba al hombre y en sus labios se formaba una sonrisa poco natural cada cinco segundos, y cada diez estiraba la mano, apretaba la de él, y la retiraba contrariada porque el hombre no alzaba la vista de los mosaicos de granito con diseños incaicos.
Al cabo de varios minutos eternos, el vendedor de la firma, un dios nórdico vestido con un traje de Poussy, camisa negra y zapatos italianos, los hizo pasar a un cubículo, y tras las presentaciones de rigor fue directamente al grano.
—¿Qué IPS tienen en mente?
—Utilizar esta tecnología con fines reproductivos —soltó el hombre—, ¿no es una irresponsabilidad ética?
—Amigo —respondió el vendedor—; esta es una era científica y tecnológica. No hay razones para no hacer lo que se puede hacer.
—¿Juegan a ser Dios? —insistió el hombre haciendo caso omiso al fastidio de la mujer.
—Tal vez somos un poco Dios —respondió el vendedor sin inmutarse—. ¿Por qué no?
—Eso —dijo entonces la mujer—. ¿Por qué no? Si el Dios tradicional no me ayuda a tener un hijo no veo una buena razón para que el nuevo Dios no lo haga.
—¡Excelente enfoque! —exclamó el vendedor. Y luego de una breve pausa—. Les mostraré el catálogo para que elijan el mix que mejor se adecue a sus preferencias y deseos.
—Eso es inmoral —dijo el hombre, aunque sin demasiada convicción.
—¿Le parece? No lo creemos así, aunque en definitiva, la decisión es de ustedes; no los vamos a forzar a nada.
La mujer movió el dedo a lo largo y ancho de la pantalla empotrada en la mesa de cristal y se detuvo varias veces para seleccionar atributos. Al cabo de un rato pareció satisfecha con su elección.
—Me gustaría que tenga la inteligencia de Einstein, el lomo de Schwarzenegger, los rasgos de Beckham, la salud de hierro de un campesino del Cáucaso, el talento para los negocios de Bill Gates y el carácter de mi esposo.
—Señora, por favor —dijo el vendedor—: ¿quiere que nos retiren la licencia por fabricar productos defectuosos?

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