lunes, 21 de septiembre de 2009

Ipod - Carlos Feinstein



Dedicado a Michael Hedges

Mi ipod es algo grandioso, quizás en él se defina mi vida, llevo toda la música que me agrada, las películas que deseo ver y textos que me gusta leer. Un pedacito de mi alma, de mis preferencias, de mis sentimientos está incrustado en ese artefacto.
Me limpio el polvo de mi cara y lo prendo, es bueno que funcione, a veces me torturo con la idea que cuando trate de encender uno de estos sistemas electrónicos, este haya muerto y no sirva. Cuando prende, la ansiedad pasa y me tranquilizo. Mi psiquis es algo inestable, yo siempre percibo que las demás personas no son como yo ¿Pero eso importa ahora?
Hago un hueco con dificultad entre los escombros y me acomodo a escuchar mi ipod, mi música, lo que soy. Cierro los ojos y medito, recorro mi vida, pienso en mis amigos y en ella. Trato de serenarme y hago mi ejercicios de respiración, logro estabilizarme en algún tipo de equilibrio. La melodía me ayuda. Dejo pasar el tiempo. Aunque se que es mediodía, el sol reaparece lentamente en un nuevo amanecer, me siento mejor, casi feliz.
Cuando veo que la batería marca en rojo, me despido mi música y descubro con frialdad las marcas del deterioro de mi piel por la radiación. Logro vislumbrar entre las nubes de polvo un horizonte cortado por lo que fueron explosiones nucleares y con la poca carga restante en la batería escucho a Michael Hedges por última vez y me preparo a morir.

1 comentario:

Daniel Frini dijo...

¡Guau, Carlítos! ¡qué vuelta de tuerca!
Muy bueno