miércoles, 21 de octubre de 2009

Los viejos villanos - Héctor Ranea


Queridos hijos, les quiero escribir sobre nosotros, sobre su madre. Recién regresamos de un concierto en la Basílica de Sinkt Niklaas, como todos los domingos. Esta vez el organista no se equivocó en la entrada de las canciones sin palabras de Mendelsohn, como en el concierto del año pasado.
Su madre y yo fuimos con las camisas que nos enviaron de regalo para nuestro aniversario de bodas. Las flores rojas le gustan tanto a su madre que se la quiso poner para este concierto. Por cierto, lindas flores y muy lindas formas y colores en mi camisa de Havai. ¿Se escribe así, no es cierto? Hay frutas y plantas que sólo vimos en televisión y alguna vez en el Mercado de Sinkt Pankrass, en verano. Esas flores, esas frutas, nos hacen sentir muy frescos.
Los días que no vamos a misa pongo en la televisión uno de los programas donde puedan verse las ciudades donde ustedes viven. Están tan lejanas y son tan diferentes de nuestro pueblo, tranquilo y pintoresco, que a veces nos vienen ganas de aceptar la invitación, pero pronto nos damos cuenta de que no podríamos vivir como viven ustedes.
Yo llevo a madre en su silla hasta nuestro banco en la iglesia y le coloco los audífonos para que escuche al cura o al organista. Esta vez el cura nos miró mucho durante su prédica porque seguramente querría saber de dónde sacamos las camisas. Ustedes entiendan, en el pueblo nadie usa cosas de estos colores y seguramente el cura se dio cuenta. Pobre hombre.
En el concierto madre se duerme cuando llega Pachelbel. Siempre. Tan lindo que es el Canon y ella siempre se lo pierde. Todos los años lo mismo. Ella dice que lo escucha, que soy yo el que se preocupa inútilmente, pero tengo miedo de que al despertar se le escape un grito de los que suele proferir en casa. Y la despierto antes de que se vaya a lo más profundo de sus pesadillas.
Hoy en misa ella me miraba con los ojos que siempre tuvo pero sé que en el fondo me estaba diciendo algo. Algo que nunca quisimos decirnos. Recién entramos del concierto, ayer fuimos a misa. Ya estamos limpios. Ella me pidió que la matara y acabo de hacerlo. Les prometo que no sufrió. Le aplasté el cuello con el zueco de matar chanchos. Despacho esta carta en el buzón y me cuelgo del tirante dentro del salón de estar, donde ella ya reposa blanda y transparente como un fantasma. Nos encontrarán dentro de dos días. Felizmente estaremos juntos.
Su padre

No hay comentarios.: