martes, 22 de diciembre de 2009

Maese Rasputila 2 - José Vicente Ortuño


El maestro Rasputila, buscando tranquilidad que inspirase su creatividad literaria, ingresó en un convento. Pero su vida en la Cartuja de los Hermanos Penitentes de la Perpetua y Silenciosa Angustia no era tan tranquila como había pensado cuando se recluyó allí. Dar clases en la Escuela de Literatura Conjetural Hartmanovich para Escritores Noveles había sido duro, pero el monasterio no había resultado el sitio tranquilo que buscaba. Por la noche los monjes se levantaban a orar cada dos horas y entre rezo y rezo se flagelaban en sus celdas. Era cierto que su angustia era silenciosa, aunque los zurriagazos que se arreaban eran bastante sonoros. Además, no sincronizaban los golpes de manera que formaban un estruendo insoportable.
Abandonó el monasterio dando un portazo, para disgusto de los monjes, que arreciaron su penitencia para purgar ese sentimiento, y marchó en busca de un lugar verdaderamente tranquilo.
Maese Rasputila subió a una montaña. Durante el día escribía sentado bajo un árbol. Pero en éste habitaban criaturas que correteaban, gritaban y le arrojaban inmundicias.
Se trasladó al hueco bajo una cornisa de roca, pero allí el fuerte viento se llevó el prólogo que acababa de terminar.
Se mudó al interior de una cueva. Escribir a la luz de una vela rodeado de oscuridad no le inspiraba y el goteo de las filtraciones de agua le sacaba de quicio. Durante breves instantes echó de menos su despacho en la Escuela Hartmanovich. Pero desechó la idea de volver, no se daría por vencido tan pronto.
Guardó sus escritos en el zurrón, tomó el báculo y arremangándose la toga caminó montaña abajo, rumbo al mar, donde lo inspiraría el arrullo de las olas.
Maese Rasputila llegó al mar. Se acomodó en una casita al borde de un acantilado. La vista era impresionante y el aroma del aire maravilloso. Continuó con su libro, pero el batir del mar contra las rocas y el bramar del viento no le dejaban dormir. Durante el día los graznidos de las gaviotas enajenaban su mente. Además, la humedad del aire comenzó a hacer mella en su viejo esqueleto aquejado de dolores reumáticos. Volvió a echar de menos la Escuela Hartmanovich. Lejos de darse por vencido, pensó en regresar a la ciudad, donde podría encerrarse a escribir tranquilo sin tener contacto con el resto del mundo. Recogió su magro equipaje y puso rumbo a la ciudad.
Maese Rasputila llegó a la ciudad. Se instaló en un ático con vista al centro neurálgico de la metrópoli.
Se sentó ante un flamante ordenador portátil y… consultó el correo atrasado tras su larga ausencia. Borró ochocientos mensajes basura. Comenzó a leer y a responder. Una semana después sólo había respondido correos y no había adelantado nada su novela. Decidió dejarse de tonterías y ponerse a trabajar. Entonces vio la invitación de un amigo a Facebook. Sintió curiosidad, aceptó, se registró y…
Tres meses después tenía 15.786 amigos, estaba anotado a 9.854 causes, 7.658 grupos, 254 juegos, su muro tenía 33.654 mensajes y… su libro no había avanzado ni siquiera una línea. Dejó el ático con vistas, le regaló el portátil a una vendedora de castañas y se marchó con rumbo desconocido.