sábado, 12 de diciembre de 2009

Renata – Euge Fluir


Era una mañana fría de mayo, pero el rayo de sol que me despertó era cálido y envolvente. Me sentía incómoda y distinta, como si mi cuerpo se hubiera desprendido, como si ya no me perteneciera. ¿Qué me estaba sucediendo? Hice memoria, y luego de encender varios cigarrillos y tomar un café, pude recuperar el recuerdo de la noche anterior: había estado con Renata. Ahí entendí que esa era la causa de esta movilización corporal.
A la tarde, alrededor de las siete, apareció Renata en el chat, siempre alegre y enigmática, y me saludó. Sabía que no tenía que responder, pero estaba aburrida, lo que se sumaba a mi necesidad constante de vivir con adrenalina y sorpresa; así que seguí el contacto. Me contó que en su clase de teatro había tenido que hacer una improvisación jugando a ser otra persona, alguien que le provocara excitación. Yo fui la elegida. Uy, pensé, estoy en problemas. ¿Quién me manda seguirle el juego?, ya tendría que haber aprendido, pero el provocar eso en alguien —más siendo mujer—, me tentó a continuar el diálogo. Ella se explayó describiendo cada movimiento imitado; me copió el vestir, la forma de hablar, hasta algo del sentir. Era fuerte leer cada palabra, palabras intensas y fogosas. Me di cuenta que en simultáneo y con mucha timidez yo me iba encendiendo; me dejé llevar.
El chat nos mantuvo en vilo durante horas que se hicieron cortas, hasta que propuso nos viéramos; y entiendo que mi respuesta debería haber sido ¡no!, pero soy débil y amo jugar, así que fue un ¡sí!; pero luego de afirmar el encuentro, me reté por ser tan crédula, por ansiar una amistad con ella. ¿Dónde se ha visto que eso sea posible, si media entre dos almas tan tremendo deseo?
Quedamos en encontrarnos a las once de la noche en el bar donde nos habíamos conocido.
Al verla sentada en la barra sentí que me invadía un cosquilleo y mi estómago se llenaba de mariposas. Nuestros ojos se encontraron primero y mientras la saludaba vergonzosa, pedí un dry martini. Nos dejamos fluir en la charla; cine, libros, teatro y vivencias personales nos conectaban siempre. Me distendí, disfrutaba el momento… hasta que de repente me escuché invitándola a mi casa. Ya era tarde para retroceder; nos fuimos caminando.
Llegamos, nos descalzamos, serví dos whiskies —lo había probado conmigo su primera vez—, puse el cd de Melero que a ella tanto le gustaba. Nos recostamos en el sillón, dejándonos transportar por la melodía de la música y la que se desprendía de nuestros cuerpos silenciosos.
No recuerdo el momento en que sus manos comenzaron a recorrerme; primero mis labios, luego el cuello; rozó mis senos sedientos, el vientre, las piernas… Fue en ese instante cuando nuestros cuerpos se desnudaron y fundieron para dar lugar a un incesante intercambio de besos, caricias más fuertes, gemidos; su lengua, tibia y erecta se instaló en mi húmedo sexo, arrancó mi primer orgasmo... seguido al instante por una catarata cuando sus suaves dedos frotaron mi hinchado clítoris, hasta penetrarme con la intensidad y la fuerza de un gran pene.
Nos dormimos, no sé cuando. Al despertarme le pedí se fuera; no quería amanecer con ella en mi cama, quizá para borrar de ese modo el recuerdo de lo que no tendría que haber sucedido. Lo sé, son mentiras sin sentido.
Pero mi cuerpo quedó impregnado por el de ella y ella se llevó el mío. ¿Cómo haré para recuperarlo?

No hay comentarios.: