viernes, 9 de julio de 2010

El ferry - Mara Gena


La cola para subir al ferry era carnavalesca. Había cejas en alto, bocas hablando por lo bajo, niños, juguetes, valijas y protestas a todo color. Cómplices olfateando más cómplices. Buscando con ojo insistente, mientras vociferaban sus indignaciones y reproches, los asentimientos mudos lanzados alrededor como confeti. La espera me rodeaba con todo tipo de vibraciones nocivas. Todo acrecentado por la nefasta combinación de un espacio reducido y la demora.
A pesar de que la fila comenzó a moverse la gente no parecía desear la calma. En este punto se podía ver cómo los individuos se transformaban en horda. Cómo sus deseos se convertían en la ansiedad del conjunto. Del otro lado de los cristales todos empujaban como uno y el intrincado laberinto de postes y cintas nos tragaba en las tinieblas. El free shop era el mismísimo caos que gritaba precios, alzaba perfumes, ponía manos y manos sobre los Toblerone.
Fue entonces que los gritos comenzaron a escucharse. Los rostros giraron. Un hombre rubicundo y demasiado enorme para ser ignorado iba tornándose rojo. Junto a él una mujer menuda –que más tarde todos recordaríamos como Susana– miraba el piso sin emitir sonido, ni respiración. El tejano (llevaba puesto un buzo con las palabras Houston Dynamo) le repetía mitad en inglés, mitad en castellano, que se comportara. Que éste no era su país. Que debía tener paciencia. Pero parecía hablarle a un ser imaginario que en los vapores de su fantasía se elevaba dos cuerpos arriba de ella.
Los cómplices no demoraron su trabajo. A mis espaldas conjeturaban sobre el grado de ebriedad del hombre, su estatura, ingresos y otros datos pertinentes. Pero pronto volvieron a los asuntos de la masa y comenzaron una vez más a empujar. Una vez dentro del ferry avanzamos sobre alfombras con dibujos de serpientes estrambóticas. El hall principal del barco parecía crear el efecto de una locura mullida bajo los pies. Nadie podía estar a salvo. Mucho menos el tejano. Caminaba apenas ladeado, como si aún no estuviera listo para reconocer que dentro de él algún mecanismo estaba irremediablemente dañado.
Abollé mis cosas contra el asiento y abrí un libro. Deseaba leer un poco y olvidarlos a todos sobre este ápice flotante del universo. Pero no había alcanzado a completar el primer párrafo cuando escuché que una mujer de pañuelo en cuello reclamaba a un tripulante: debe hacerse ALGO con ESE hombre.
–Parece estar muy alcoholizado –dijo tocando la seda de su pañuelo. El rostro gesticulando normalmente bajo el efecto del sedante habitual.
Así comenzaron a llegar nuevas noticias del tejano. Estaba gritando en el pasillo y la gente pedía que lo bajaran del ferry. Que era un peligro y que al parecer la mujer que lo acompañaba había desaparecido.
Los gritos del tejano se escucharon más cerca. Su voz emanada sobre los estampados de la alfrombra golpeó nuestros pechos como una marabunta grave. Luego apareció su cuerpo más enrojecido. Su respiración más animal. El tejano comenzó a caminar mirando las hileras de asientos como si entre nosotros buscara presas. Muchos se acomodaron con actitud de alumnos buenos que prestan atención al dictado. El murmullo cesó por completo. El tejano observaba a la multitud con celo, tratando de encontrar en ella la carne de Susana. Muy despacio consiguió llegar al centro del ferry. Allí se detuvo. Tenso como un perro se rascó un codo con fuerza. Las uñas fueron dejando surcos en la piel. Entonces, de repente, se irguió, trepó por las escaleras hacia la cubierta y desapareció. Tres tripulantes de traje azul daban saltitos y hablaban por walkie-talkie mientras intentaban seguir su rastro.
¡Oh no, la bestia estaba suelta! Corría por el ferry sin correa. Sin bozal. La gente comenzó a hablar. El coro de cómplices reencarnó en otros e intentó sumar nuevos adeptos. Cómo podía ser que no hubiera seguridad. Cómo no hacían algo. Cómo no lo bajaban del ferry, lo encerraban en las bodegas, lo ahogaban en el río. Y ésa que lo acompañaba, ¿era su mujer? Una latina ilegal y un borracho, qué yunta. Porque el alcohol en Estados Unidos es un problema grave. El alcohol y la gordura. Acá por suerte no hay gordos. Pero allá… allá lo tendrán todo resuelto, pero los mejicanos se les meten cada vez más. Cada vez peor. Y si no construís un muro cómo hacés, cómo te protegés…
Los altoparlantes se encendieron y la estática del sonido acopló sobre los pensamientos con unos dientes agudos.
-SEÑORITA SUSANA. SE-ÑO-RI-TA SU-SA-NA DIAZ POR FAVOR PRESÉNTESE EN EL NIVEL 1, SALA 1.
Todos lo sospechamos. Susana había escapado. Había bajado por la rampa, corrido por el muelle y probablemente ahora, escondida en algún barco coreano, Susana partía hacia Bangladesh. A la velocidad de la luz supusimos que el tejano estaría más rojo. Su buzo más empapado. Su rabia más voraz propagándose por las venas. Vimos a los tres tripulantes que lo seguían ahora desmembrados, bañados en sangre, disgregados en partes pegajosas, pequeñas e irreconocibles. Algunos de nosotros, nerviosos, comenzamos a mirar por las ventanillas. Tamborileamos los dedos. Contuvimos la respiración. Observamos con temor cómo las gotas iban escurriéndose sobre el vidrio.
Afuera, en tierra firme, la vida continuaría normalmente. Sonarían los celulares y los bocinazos. La gente entablaría diálogos de siglas, se pasaría minutas, intercambiaría briefs. Un hombre sentado frente a una lágrima esperaría al contacto que iba a salvar su pyme, su año, su vida. Alguien de una mesa cercana entregaría su tarjeta al grupo reunido para discutir proyectos de miles de dólares y sería recibido con desdén.
Mientras en el barco pasarían otros quince minutos. La espera se haría larga hasta que por fin se escucharía con alivio el encendido de motores. Y lentamente comenzaríamos a dejar atrás la costa. Todos callados. Todos finalmente cómplices en el silencio de saber que partíamos sin Susana.

1 comentario:

Bla dijo...

Pobre Susana.. y pobre tejano, que tampoco tenía la culpa de ser tejano.