sábado, 23 de abril de 2011

Hotel alojamiento - Eduardo Betas



Cerrar la puerta, abrirse a su piel. Encielarse. Hacerse al amor como quien navega amares dulces, amares tiernos, amares que fueron naciéndoles y haciéndoles lo que luego fueron, poco o mucho, pero fueron o son ahora mismo, quién sabe…

Cerrar la puerta y abrirse, no sólo a su piel, sino a ella toda. A ellos dos todos. Porque él va construyéndose para ella, quizás torpemente o como puede, un ser a su medida, sin perder identidad. Algo que tal vez cueste creer pero háganme caso porque es así.

Porque él fue para ella una casa, un refugio, un pedazo de paz para que ella sea para él una casa, un refugio, un pedazo de paz, antes del escape de gas, del vacío, de las culpas transformando las sábanas en cementerios…

Ellayél entraban a ese lugar y ponían al mundo en suspenso. Colocaban entre paréntesis al bullicio, le corrían una carrera al reloj con la sangre a toda velocidad, amándose hasta el grito. O intentándolo o creyendo estar haciéndolo, ahora quién sabe…

Laberinto de rectángulos de tanto por tanto, con puertas numeradas, música que se parece a desodorante de ambiente y que nada de eso importe mientras tanto, mientras dure, mientras sea, mientras puedan, mientras…

Aunque, pensándolo desde ahora, desde este tiempo que pasó, tal vez haya habido un germen en él o en ella, no sé, no quiero aventurar porque está todo muy haciéndose todavía pero algo sucedía que él no quiso ver ni darse cuenta pero lo cierto es que muchas veces el amor terminaba empapado en lágrimas que no tenían sentido. O, mejor dicho, que parecían no tenerlo…

Lo único que tenía sentido allí, para ellos, al menos en aquel momento, era abrirse, nacer, hacerse, amarse. Alojarse allí para no alejarse. Hay quienes conocen esta historia y pueden llegar a pensar que el germen o el vacío que padecieron Ellayél comenzó con un disfraz de escape de gas en el aire acondicionado de uno de estos cuartos numerados. Porque eso fue lo que sucedió precisamente la primera vez que se reencontraron. Y, por supuesto, hay quien puede ver una señal en ello. Pero saliéndome por un momento de mi rol de cronista, me permito dudarlo. Porque la soledad no tiene nada que ver con todo eso. La soledad no se la contagia ni se la inhala. La soledad se hace en el caldo de cultivo del miedo pero más de la culpa.

Ellayél partieron y se partieron. Tal vez muchos de ustedes se hayan dado cuenta de cuándo sucedió aquello porque ese día escucharon algo que no se iban a olvidar nunca. Un ruido terrible, espantoso, como el que hace una paloma cuando es aplastada por la rueda de un camión.

Ellayél un día dejaron de entrar a ese laberinto de cubículos con música perfumada y puertas con números. Dejaron de hacerse al amor para comenzar a practicarse un concienzudo alejamiento. Él aún no sabe muy bien porqué y ella parece no tener fuerzas para encontrar las palabras.

El asunto es que, a partir de ese resquebrajamiento, comenzaron a pasar cosas extrañas en la ciudad donde ellos ya no se encontraban. Y aunque no se sabe muy bien si tuvo que ver con todo esto, lo cierto es que muchos juraron ver cómo Buenos Aires fue inundándose de culpa y hasta hay quienes aseguran haber visto flotar los cadáveres de lo que podría haber sido, asesinados por lo que creímos haber hecho.


Con autorización del autor, extraído de http: http://palabrar.com.ar/

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