sábado, 14 de mayo de 2011

Mamarracho de ficción (¡pero cómo vende!) - Francisco Costantini


Gracias a la ayuda de Érmix, el mago, Térmix, el guerrero, había podido escapar del castillo de los orcos. El mago, antes de morir debido a la picadura de un Culex pipiens —es decir, un mosquito— en su nalga derecha que a la sazón se hallaba descubierta —error fatal y del cual aún no se conocen las verdaderas causas (1)— otorgó a su inseparable amigo la Espada Más Que Mágica, con la cual Térmix, luego de llorar al reciente difunto, descalabró a cientos... qué digo cientos: ¡miles de orcos!, siendo tanta la sangre derramada que a partir de entonces existe en el lugar el lago De Orcoris Sangroris, cuyas profundidades habitan las más extrañas alimañas.
Sin embargo, pronto advirtió Térmix que los orcos eran más de los que la Espada Más Que Mágica podía vencer, así que, implorando a los dioses, echóse a correr a través del Bosque Del Que Veo Medio Complicado Que Salgas A No Ser Que Tengas La Espada Más Que Mágica. Suerte para nuestro héroe que contaba con la susodicha arma, cosa que sus perseguidores no, y así fue como luego de correr un extenso trecho, salió a un claro que, si bien no era el fin del Bosque Del Que... etc., lo anunciaba.
Se recostó sobre una piedra lisa para descansar unos minutos y poner en claro sus ideas. La luz blanca de la luna acariciaba su piel sudada resaltando así su anabolizada musculatura. No veía la hora de estar allá, en La Tierra Que Aún No Imaginé Pero Hagamos De Cuenta Que Existe, junto a la Princesa De Tiernos Senos o, mejor aun, con su escudero Siempre Dócil Y Bien Dispuesto. Distraído con estos dulces pensamientos estaba cuando sintió la tierra temblar. De un salto se incorporó y vio que la piedra sobre la que había estado recostado era en realidad una tumba, y ese descampado, un cementerio. Un chillido agudo y poco acorde a su figura escapó de entre sus labios al ver que por todos lados emergían desde la misma tierra muertos-vivos al grito de: “Cerebro... Cereeeebro”. Recordando quién era y por qué estaba ahí, esgrimió La Espada y la hundió en el pecho de uno de los zombies. De nada sirvió, al contrario, pues ya no pudo sacar la hoja de ese cadáver. Otra vez imploró a los dioses para darse, por segunda vez en la noche, a la fuga, pero comprendió que lo rodeaban por todas direcciones. Los zombies, de mirada extraviada, pasos torpes, y brazos extendidos al frente, avanzaban lentamente hacia él. Térmix cayó de rodillas, pensando que si bien esto aumentaría las ventas del libro que protagonizaba —¿o ya no?— le parecía de mal gusto.
Poco a poco fue sintiendo cómo las manos heladas recorrían su cuerpo, cada vez más, hasta que por fin alguno de aquellos monstruos hundió la dentadura en su cabeza. Se había terminado la era de los guerreros, magos y princesas (2). Comenzaba, entonces, el tiempo de los zombies (3).
¿Y ahora, quién podrá defendernos (4)? Esa es la cuestión.

Fin

¿Fin? ¿Así?

Sí, no jodas: fin.


(1) Algunos manuscritos, poco fiables, hablan de cierta relación un tanto ambigua entre el mago y el guerrero, no se sabe si por la varita de aquél o el sable de éste.

(2) ¡Por suerte!

(3) ¡Mierda!

(4) A los lectores, claro.


Tomado de: http://friccionario.blogspot.com/

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