martes, 26 de julio de 2011

Cuando saltó, la Tierra todavía… - Claudio G. del Castillo


En la sala de su apartamento, Evaristo no ocultaba la impaciencia por estrenar su máquina del tiempo, recién adquirida en una tienda minorista gestionada por la Chronos Research Corp. Había ensamblado ya los diferentes módulos y se encontraba instalado en el asiento previsto para el timeliner, cuando su amigo Vitico le hizo notar (mientras hojeaba el manual de usuario) que faltaba el “Compensador de Deriva Tetradimensional”.
–La garantía de cortesía aclara –añadió, haciendo una mueca– que la propiedad intrínseca del producto les impide establecer un período de reclamación sin arriesgarse a una estafa… Estás frito.
Evaristo se limitó a encogerse de hombros:
–¡Bah! En realidad el CDT no lo “añadí al carrito” exprofeso. Si mediante aquel dial puedo ajustar la fecha y la hora del salto; y si estas teclitas me sirven para introducir las coordenadas geográficas de destino, ¿para qué necesito ese módulo? Sería pagar por pagar.
–Cuando el manual lo menciona… –intentó argumentar Vitico.
–¡Qué ingenuo eres! Los de la Compañía lo incluyen para inflar artificialmente el precio de la máquina. Ellos asumen (no sin razón) que los clientes ignoran el intríngulis físico-matemático que sustenta su funcionamiento. Pero conmigo se jodieron ya que estudié el tema a conciencia en un folletín. El módulo de marras supuestamente toma en cuenta el Principio de Indeterminación de Angulus. Engaño vil pues ese principio es tan enrevesado y traído de los pelos, que sólo dos personas en el planeta pueden afirmar que lo comprenden: el propio Angulus y la madre que lo parió (física también la señora). ¿Cómo van a decirme entonces los pillos de la Chronos Research que lograron implementar con éxito ese tal CDT que soporta el PIA? De cualquier manera, no te angusties. Por ser mi primera vez daré un salto, en dirección al pasado, de tres minutos; ¿lugar?: esta misma sala. Ni un bobo se perdería. –Evaristo manipuló los controles–. Listo. ¡Enchufa, Vitico!
Tres minutos antes (y previo a su muerte), Evaristo fue testigo del inigualable espectáculo que ofrece la Tierra vista desde 3600 kilómetros de distancia.

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