viernes, 30 de septiembre de 2011

El agujero negro - Andrés Terzaghi



En mi adolescencia tuve un amigo cuya madre (que gozaba de ciertos privilegios bioestéticos) tenía en su poder un agujero negro. Ella trabajaba como costurera y dio su mal paso cuando, por culpa de la miserable paga no pudo comprarse el práctico sostén para sus agujas, de modo que tuvo que ingeniarse uno hecho con un recorte de tela negra y lo rellenó con un pedazo de espuma de poliuretano extraída de su propia almohada lo cual le causó en lo sucesivo, tortícolis, insomnio, lucubraciones y molestos pedidos conyugales a su marido. No satisfecho el honor marital, constantemente sofrenadas las minucias de dulces mimos e íntimos acercamientos por la áspera negativa del macho y, teniendo siempre presente el diario sacrificio que ella debía enfrentar para mantener a la familia, fue acumulando amantes, muchos y variopintos, furtivos deslices placenteros pero no menos justificables.
Sin embargo, este no es el tema en cuestión.
Mi amigo un día me llevó a conocer su casa. Yo muy en el fondo albergaba la ilusión de conocer metódicamente el femenino aparato genitor del cual había aflorado a este insólito mundo compuesto por sólitas superficialidades, pero me contuve en comunicárselo, no quería desanimarlo en su rol de hijo o acaso ello representaba un halago, jamás lo sabré.
Me hizo pasar al taller de costura. Desafortunadamente la ausencia de su madre enquició mi moral y transparente sentimiento de camaradería.
Llamó mi atención verlo colocando objetos debajo de una pila de cosas de todo tipo: libros, revistas, una lata de durazno vacía, ollas, cajones, etc. cuidadosamente levantó la pila y puso un cuadro sobre el cual la apoyó procurando que no se derrumbara. Coronando la totémica trastería estaba el agujero negro de su madre. A los pocos segundos vi cómo lo que tocaba inmediatamente al agujero desaparecía cayendo sobre el siguiente objeto, tragándose poco a poco la pila de cosas, razón que explicaba el continuo accionar de mi amigo en su entusiasta reposición. Al momento comprendí por qué su casa estaba algo vacía, el agujero negro estaba tragándose todas las cosas. La provisión de objetos debía ser celosamente sostenida. Si por accidente el agujero negro caía y tocaba el piso, posiblemente su casa se convertiría en un hoyo tenebroso lo cual no significaba demasiada diferencia con respecto su estado actual.
Comenzaba a faltarme el aire. Él me explicó (un poco enfadado por mi torpeza y quisquillosidad) que era completamente natural. El agujero se tragaba el aire, por lo tanto era necesario tener la casa ventilada, ventanas y puertas bien abiertas por donde pasaban: el aire, la luz y los amantes de su progenitora.
En lo que atañe a la luz, su caprichoso comportamiento semejaba al de una diáfana corriente de agua dirigiéndose hacia el centro del agujero, como abismándose en ese oscuro y esponjoso embudo.
Decepcionado por la ausencia materna y por esa rareza decidí regresar a mi casa; la diestra imaginación me ayudaría a concretar virtualmente lo no realizado.
Al año volví a ser invitado por mi amigo. La casa, esta vez, ostentaba su normal mobiliario, los típicos productos del consumismo estúpido que debe a la común salud de los ciudadanos que se dignan en creerse incluidos en el círculo de la economía; la luz y el aire se repartían armónicamente en el espacio llenando la atmósfera familiar de una sutil impresión de progreso, bienestar y deseos atendidos.
No esperé demasiado en preguntarle a qué se debía el cambio. Me contó que su madre había hecho otro agujero pero con tela blanca. El flamante agujero blanco comenzó a devolver todas las cosas que el otro (el agujero negro) había absorbido, incluso, el agujero negro había desaparecido absorbiéndose en sí mismo y reaparecido saliendo por el agujero blanco. Entonces le pregunté qué hicieron con este último. Como era indestructible y además no servía para clavar en él las agujas y alfileres puesto que hacía desaparecer todo lo que lo tocara, mi madre lo donó a la ciencia.
No satisfecho del todo giré la interpelación hacia el otro objeto en cuestión, el agujero blanco. Me dijo que no lo puede usar porque cuando lo hace, la aguja se desclava y cae. No sirve para la costurería. Aunque esto no significa nada porque el agujero blanco ha abastecido de muchas cosas a la familia, beneficios materiales que el trabajo textil no cumple.

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