lunes, 28 de noviembre de 2011

Malos ejemplos - Eduardo Albarracín


Tenía la particularidad de encender las miradas. Con su voz suave y a la vez enérgica podía arengar una tropa como calmar las aguas de una revuelta. Así era el ermitaño monje que dejaba trascurrir la vida sin oponer resistencia; hasta que un día perdió la sabiduría. Le ganó la tentación del mundo y de a poco fue perdiendo sus atributos: Ya no convencía a nadie, sus mensajes sonaban huecos y sus mediaciones no daban ningún resultado. Vio con sus propios ojos cómo se iban cerrando los senderos que conducían a su humilde morada porque ya nadie iba a visitarlo. Entonces, abrumado por esa carga que pesaba en su conciencia, un día decidió internarse en el desierto y enterrar todo el dinero y las joyas que había logrado juntar desde que decidió cobrar por sus servicios de consejero.
Al regresar, encontró su casa invadida por sus discípulos. Todos querían conocer dónde había enterrado el tesoro.

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