miércoles, 11 de abril de 2012

Las lunas perdidas – Héctor Ranea


—Ciertamente. Se sufre con cosas así. Claro que sí.
El que hablaba era mi profesor dilecto. En cierto sentido, sus clases tenían un dejo de nostalgia, pero en este tema se ponía realmente triste, a pesar de todo el andamiaje teórico que desplegaba en el desarrollo de las soluciones a las ecuaciones más aproximadas para describir el fenómeno central en sus conferencias: las lunas perdidas.
Se llamaba Oram Fastijeyan y enseñaba dinámica de cuerpos errabundos. Y sus investigaciones se relacionaban con el tema de las lunas desaparecidas, porque él sostenía que estas eran objetos que vagaban por el espacio, se instalaban un tiempo en un planeta, pero en órbitas inestables, de modo que, en un lapso finito, podrían escapar de nuevo.
Al profesor le había tocado vivir una infancia, allá en su planeta, en la que varias lunas de ese tipo se instalaron casi simultáneamente siguiendo esa dinámica. Creció con tantas lunas que el cielo casi parecía sin estrellas. Y comenzó la Universidad con ellas como mudos testigos, dirían los poetas.
Un día, parece, se enamoró de una aspirante a astronauta que fue en viaje de honor a todas esas lunas, con tal mala suerte que cuando estaba en la luna Estigia, la nave se averió y durante la reparación la inestabilidad separó definitivamente a ese luna del planeta. Mi profesor perdió a su amada, el planeta a su luna.
Urgente, el entonces joven Oram fue destinado a la nave de rescate, que llegó hasta acá sin haber jamás podido encontrar a su amada, a su Luna.
Por eso, mientras desarrolla sus ecuaciones, sus estudios de inestabilidad, su cálculo de evolución de objetos errabundos, el profesor Fastijeyan, llora.

Héctor Ranea

2 comentarios:

Javier López dijo...

Un mudo no puede emitir comentarios. Bueno, escritos sí podría. Pero no quiero. Ya lo dijo usted todo.
Qué hermosura, Héctor.

Ogui dijo...

¡Gracias, Javi!