Hugo Ratzinberg había heredado una fortuna cuando tenía veintiuno, y aunque no se preocupó por acrecentarla, jamás necesitó trabajar, por lo que disponía de todo el tiempo libre del mundo para usarlo como se le antojara. ¿Supondremos que se dedicó a los placeres, al vino y las mujeres, a viajar? Nada de eso. Hombre huraño, de gustos sencillos y bastante misógino, pasó los días y los noches en el estudio de su vieja casona de San Telmo, lejos de los ruidos y del ajetreo mundano. Su pasión era el conocimiento y a eso se dedicaba, a conocer, a coleccionar saberes, nociones y noticias. La llegada de la informática simplificó su tarea hasta tal punto que a los sesenta y nueve, gozando de una salud análoga a la que poseía cuatro décadas atrás y tan entusiasta como siempre, determinó que había llegado la hora de asaltar el conocimiento supremo, el que había desafiado a las mejores mentes y generado las tramas conceptuales más finas y complejas. Exacto, querido lector. Hugo Ratzinberg decidió desentrañar el misterio de la muerte. Y lo logró, les aseguro que lo logró. ¿Dónde está registrado ese logro sustancial? En ninguna parte. En el mismo momento en que Hugo Ratzinberg supo con exactitud lo que espera a cada ser humano del otro lado del gran portal, una voz inaudible susurró.
—Felicitaciones. Pero ese es mi secreto, y no quiero quedarme sin trabajo. —Hugo solo alcanzó a escribir: “La muerte...” Y murió.
Sobre el autor:
Sergio Gaut vel Hartman
3 comentarios:
¡MAGNIFIQUE1 J'ADORE TON TEXTE...CHAPEAU!
DEPUIS PARIS, JORGE ARIEL
Está mal que lo diga el autor, pero me gusta mucho este cuento, jajaja.
Bueno
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