No hay hora, fragancia, agua en aspersión, historia grave o pueril, chispa de fósforo, vuelo de jilguero, anémona, anónimo deseoso o desafiante para el muerto. En canal estrecho, a medida, con precisión de relojero suizo, lo alojan. Es lo que queda, el remate, la conclusión, el final de una historia, no importa ahora si vacía o llena, monástica u orgiástica, literaria, numeral, alquímica, de telegrafista, barrendero, arquitecto, cocinero. Es el fin, lo que será de ahora en más, hasta que de jirón perdido en jirón perdido sea, por último, invisible. Entonces, hijito —le dice alguien, desde el borde de su cama de enfermo—, sólo Dios que no precisa de ojos te verá. Eso lo reconforta, se siente más aliviado, hasta su fatigado corazón late un tanto más rápido como aquella vez que montó por primera vez un caballo o la vio vestida a ella de quermese en la plaza del pueblo. Pero, enseguida, regresa del ensueño y reúne sus desvaídas fuerzas para llamar a la enfermera porque ya es hora de la medicina.
de: Materia desnuda
Acerca del autor:
Carlos Barbarito
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