viernes, 17 de agosto de 2012

Metafísica astronómica – Héctor Ranea


Abordé el telescopio hipotenúsico con cierto temor reverencial. Desde los remotos tiempos de su puesta en órbita, muchos astronautas, cumpliendo la misma misión que yo ahora, habían experimentado el salto en su propia estructura molecular. Yo también quería sentirlo. Nadie antes, sin embargo, llevaba un sistema de registro como el mío que, a las bondades de la filmación holográfica a colores con vibrómetros y medidores de mu, adicionaba un reconstructor de escena en cinco dimensiones.
Tenía que limpiar parte de uno de los espejos, el que tenía la forma hipotenúsicamente renormalizada, que siempre sufría más el bombardeo de los neutrinos clase tau y se averiaba. Las gotitas reparadoras las llevaba en la manga ultraprotegida de colodión estelar oligoelemental, pero cuando estaba por colocar esa leche, una voz me detuvo en el vacío:
—¿Por qué no me dejan de joder con esa porquería? Ya tengo úlcera, ¿qué más quieren?
Tiene razón la leyenda. Saltar, salté. Pero le erré a la nave, caí en una cápsula uzbeka que ni baño privado tiene. Eso sí, perdí las gotitas, y el equipo de registro no sirvió ni para mierda. En la agencia aeroespacial me van a bailar a tiros. No sé para qué me salvé.

Acerca del autor: Héctor Ranea

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