miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ñorñoritos - Claudio G. del Castillo


Los Ñorñoritos del plutoide Makemake son criaturas muy peculiares. No hay extremidad, depresión o agujero de su cuerpo que no aprovechen en beneficio del lenguaje. La comunicación con ellos requiere, por tanto, un traductor competente, entrenado y que sepa tirar a jarana sus errores.
Tal vez por eso las delegaciones de intercambio cultural y los embajadores de buena voluntad del Imperio Unificado Terro-Joviano prefieran los traductores cubanos del Distrito Caribe, en la Tierra: los cubanos también están acostumbrados a expresarse con toda su anatomía. Aunque, hay que reconocerlo, la analogía ni se acerca a la realidad.
Y no es que la tarea de aprendizaje del idioma de los Ñorñoritos sea un imposible, pues la t la dominas en lo que demoras en darte una galleta, y la f sobacal es manejable en dos semanas por cualquiera con una oquedad corporal apta para crear un vacío –quizá en todo el Sistema Solar únicamente los Nanodinos de Titán sean incapaces de nada parecido–. La dificultad principal radica en la ñ explosiva anal.
Un ejemplo que ilustra mejor lo que digo se basa en lo ocurrido a un misionero belga que llegó a la aldea perdida de Ñáñara, con el objetivo de inculcar su credo a los salvajes de la región. El pobre anciano había estudiado el idioma a conciencia y además le asistía la ventaja de su incontinencia intestinal, por lo que la ñ le salía fluida y sin apenas acento.
Pero aun así afrontó problemas, que empezaron mucho antes de su llegada a la aldea.
El misionero, luego de un viaje sublumínico agotador desde su parroquia en Haumea, había arribado a la Terminal Aeroespacial de Forfullo, en Makemake, con un hambre voraz, pues la ternera sintética que le ofertaron en la lanzadera no fue de su agrado. De ahí que no podamos culparlo por la ingente cantidad de bocaditos de aguacate con que se regaló golosamente en el merendero de la Terminal.
Al llegar a la aldea ya sentía retortijones.
El líder espiritual de la tribu lo recibió con todos los honores, acompañado por su séquito de sacerdotes en pleno. Además de esto, una turba de curiosos los rodeó para enterarse de qué iba el asunto. Ya desde ese momento el anciano se perturbó, lo cual probablemente contribuyó a incrementar su nerviosismo y, con este, la intensidad de su revolución estomacal.
Aprovecho aquí para apuntar que un cubano habría comprendido a la perfección tanto alboroto por nada –los Ñorñoritos estaban aburridos de tratar con misioneros de Ío, Mercurio, etc–, lo que refuerza mi opinión de que para estas empresas los caribeños son invaluables.
El misionero belga traía consigo un discurso introductorio preparado con antelación. Conocía, por sus lecturas minuciosas del holodiario Tiempos Galácticos, que los Ñorñoritos eran criaturas muy religiosas y devotas. Hacer mención a la divinidad principal de su Libro Sagrado era obligatorio al inicio de cada conversación; incluso a pesar de que te dispusieras a soltarles una arenga sobre las bondades de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Iglesia.
En vista de ello, y puesto que ya había acaparado la atención que necesitaba, nuestro misionero se secó el sudor de manos, cara y sobacos, carraspeó tímidamente con el ano y dijo:
–Vuestro Dios (aquí pronunció el nombre de la divinidad) bendiga a la aldea y sus habitantes.
Fueron sus primeras y últimas palabras.
Traducirlas al ñorñorí no vendría al caso. Valga aclarar que el nombre de la divinidad de los Ñorñoritos tiene más eñes que íes la palabra “dificilísimo”.
No iba el misionero belga por la mitad del parlamento cuando se desató la “cagástrofe”. Con decir que las t cachetales del resto de la oración las pronunciaron en su cara los Ñorñoritos, y que en su frenesí se abalanzaron sobre el pobre viejo y le mordieron hasta los follones.
Porque los Ñorñoritos de Makemake admiten que se te enrede el recto y digas lo que no es; incluso toleran estoicamente el “mal aliento” que queda flotando en el aire tras un discurso; pero que se defequen de esa manera tan ruidosa y colosal en el Ser Supremo que les dio la vida es más de lo que pueden soportar.

El autor: Claudio G. del Castillo

1 comentario:

Javier López dijo...

Buenísimo, Claudio. Me reí hasta casi pronunciar la ñ...