viernes, 18 de enero de 2013

El muñeco de vudú - Débora Tamara Schvartz


Lloraba, y mientras lloraba maldecía a los mil demonios su pena de amor. Dejarla ¡Cómo se le ocurre a ese desgraciado! Ella que tanto lo amó, lo escuchó, le perdonó sus múltiples infidelidades y su total falta de atención… ¡Cómo se le va a terminar el amor!
Y mientras se ahogaba entre lágrimas, cuando se descargaba con la decimosexta amiga a la que había llamado por teléfono, se le ocurrió a modo de venganza hacerle un muñequito de vudú. Había escuchado por ahí que la vecina de la amiga de la sobrina de una tía de su compañera de trabajo lo había hecho antes y había funcionado a la perfección.
Así que puso manos a la obra. Leyó todo lo referente al tema y entró a las mil y un páginas web de hechicería que se le cruzaron por el camino. Una vez confeccionado el dichoso muñequito, comenzó el trabajo “de verdad”.
Primero le pinchó la cabeza y esperó ansiosa el resultado. Al día siguiente quedó estupefacta. Lo vio en su lugar de trabajo, con una jaqueca insoportable pidiendo retirarse temprano. El muchacho no soportaba siquiera sostener su cabeza sobre los hombros.
Ella no pudo contener su sonrisa ¡Lo había logrado! No veía las horas de volver a su hogar para seguir con lo planeado.
A la mañana siguiente y antes de salir para su trabajo, agarró el muñequito y le pinchó las piernitas de paja. Ese día, el joven no fue a trabajar puesto que se retorcía del dolor a causa de fuertes calambres que lo inmovilizaban casi en un cien por ciento… Otra victoria para sumar a la lista.
Y así pasaron los días y los alfileres. Unos en la pancita, otros en los ojitos y así el muñequito de paja poco a poco se veía más y más metálico y, mientras tanto, la muchacha vengaba –cual intento de justiciera– su terrible despecho.
Hasta que un día llegó el momento del corazón. La muchacha clavó un alfiler color rojo carmín hasta el fondo y suspiró victoriosa.
Cuando llegó al trabajo, lo vio de lo más jocoso coqueteando con la secretaria del sector de ventas. Estaba medicado hasta la coronilla, con vendajes en varias partes del cuerpo… ¡Era un desastre! Y, sin embargo, no había perdido la pasta de Don Juan que le venía como anillo al dedo para llamar la atención desde el costado lastimoso del “lindo que está sufriendo”.
“¡Pero qué pasó!” –Se preguntó desmoronada–. “Es que no es justo, no entiendo. Se supone que debería haberle dado un infarto o algo por el estilo”. Y allí lo entendió todo.
La pobrecita, en lugar de volver a empezar, de aprender y de crecer como corresponde, había gastado sus fuerzas y su tiempo en destrozarle el corazón a alguien que, lisa y llanamente, no lo tenía. Y allí se quedó, perpleja, a punto de romper en llanto… ¡Pero qué idiota!

Acerca de la autora: Débora Tamara Schvartz

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