martes, 16 de abril de 2013

Un vals en beneficio de Emma - José Luis Velarde


Extrajo un cigarrillo de un estuche que parecía más propio de una joya.
—La mejor terapia grupal es reunirse conmigo. ¿O no? —recalcó autoritaria como siempre.
—Tus preguntas parecen una orden para que uno diga lo que quieres oír.
—No digas que no te cae bien mi compañía —puntualizó Emma.
—¿Ordenas o preguntas?
—Ay, Jorge, siempre tan suspicaz.
Pisó el acelerador como si participáramos en una competencia de arranques.
Siempre tenía prisa.
El termómetro del automóvil indicaba 42 grados centígrados cuando volteó a verme.
—Tras aquella arboleda instalaron un ferial. No sé si sea sólo para niños, pero alcancé a ver una montaña rusa. De cualquier forma supongo que habrá un restaurante. ¿Vamos? Así podremos hablar de los detalles del divorcio en un ambiente más alegre que los juzgados donde nos hemos reunido en los últimos días.
Darle la razón a Emma garantizaba pasarla bien. Sólo bastaba no dar importancia a las frecuentes imposiciones que la caracterizaban. Los verdaderos problemas surgían cuando deseabas interrumpir la diversión en que solía desenvolverse.
Asentí.
—Retardaste demasiado la respuesta, pero agradezco que aceptes.
—Es la primera vez que me das las gracias en mucho tiempo —dije mientras ella sonreía.
Al descender del vehículo sentí una bofetada de aire caliente. El termómetro no era un indicativo confiable para revelar lo que deparaba el mediodía de julio.
Emma me adelantaba los pasos necesarios para permitirme apreciar su nueva silueta. Parecía que los cuatro meses de separación los hubiera vivido encerrada en un gimnasio. Experimenté de golpe mi falta de condición física cuando no pude alcanzarla por más que me esforcé.
—Es una maravilla —gritó.
Ya me esperaba en la entrada. Se veía algunos años más joven. Ni siquiera el sol era capaz de revelar las arrugas que marcaban el rostro ahora renovado. Añadí un dermatólogo al gimnasio milagroso. Emma tenía los boletos en la mano. Ni siquiera la había visto acercarse a la taquilla, pero supuse que iba más preocupado por la tierra y el cuerpo de Emma que por otros movimientos.
Iniciamos nuestro recorrido en una nave espacial que giró hasta marearme, pero no era un mareo desagradable era como si recordarnos juntos me alegrara tanto como para experimentar una suave borrachera.
Emma se apretujó contra mí mientras caminábamos hasta un puesto de tiro al blanco. Desinhibido como pocas veces derribé trece muñequitos de manera consecutiva. Ella pidió un oso de trapo. Al recibirlo me dio un beso y me sentí capaz de cualquier hazaña. Caminamos hasta la tienda de un mago sin dejar de sonreír. Un asistente nos condujo hasta Sandor el Magnifico. El tipo saludó a Emma con afecto. Creí escuchar que la felicitaba por haber tenido la suficiente confianza para volver y por haberme llevado. Pregunté qué decía y la respuesta sonó un poco distinta.
—Dije que las personas nunca se van de las ferias, porque en ellas se oculta la juventud eterna. La niñez, lo que fuimos ahí permanece hasta que uno decide rescatarlo.
Me limité a sonreír y culpé a mi euforia.
Escuché que la función sería privada. Un motivo de orgullo. La temperatura descendió cuando nos adentramos en la tienda. Bien instalados vimos llamaradas coloridas, palomas surgiendo de sombreros, una caja fuerte suspendida en el aire y algunos espíritus llegaron de ultratumba para compartir el espectáculo. Nada distinto de lo ofrecido por otros magos. La diferencia surgió cuando nos pidió reunirnos con él en el escenario.
—Abrácense. Voy a recrear un número que incrementará su felicidad como pareja.
Emma tomó mi mano y subimos al estrado.
El mago hablaba en una lengua extraña. El sueño se enredaba en mi mente. Emma lucía más hermosa que nunca. Sentí desplomarme, pero estaba en el mismo sitio. Solicité auxilio, pero oí mi voz agradeciendo al mago la función que nos brindaba. Quise huir sin experimentar desplazamiento alguno.
Un vals intensificaba sus notas. Bailaba y bailaba con Emma mientras el mago tocaba un piano blanquísimo.
Me maldije por confiar en aquella mujer aficionada a las artes mágicas desde siempre.

Acerca del autor:  José Luis Velarde

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