miércoles, 2 de octubre de 2013

Relatos desde el Ciber/2 - Eduardo Betas


David conoce de memoria el circuito judío de la limosna. Decidió, aunque quizás él jamás se haya enterado de esa decisión, cobrarse a su manera lo que consideraba que era la vida: una deuda.
Tenía armado un calendario para saber con exactitud adónde y a qué hora ir cada día. Los días de festividades y las horas de rezo…
Las hojas estaban pegadas con cinta en la pared de su departamento antiguo y pequeño. Aunque más que pequeño, era un lugar cercenado, acotado, como un remedo de una casa tomada pero sin Cortázar ni libros de literatura inglesa ni hermanos que viven juntos.
David vive sólo allí y tengo para mí que en algún momento del cual tampoco él quería acordarse, arrojó a la alcantarilla las llaves de sus días.
Tiene la memoria en carne viva y, para colmo parece rascarse las costras todo el tiempo. En especial cuando regurgita ese pasado de oficinista, buen sueldo, tarjeta de crédito… Recuerda todo aquello de una manera que siempre termina sangrando palabras repetidas, la más de las veces sin sentido, frases que le salen mareadas, confundidas, trastabillantes. Sobre todo ahora en que suele andar con ese olor a abandono que avejenta sus ropas nuevas, mendigando y, así y todo, enamorado…
Porque David, el de la mala estrella, como él mismo se presentaba, se había enamorado de Rijah, una israelí simpática que frecuentaba el locutorio y que por alguna razón que jamás mencionó, no quería volver a su país.
Ella no era mala. Sólo estaba desesperada. Y en esa desesperación lo rasguñaba a David en su lastimadura. Porque no era que Rijah hubiese planificado seguirle el tren de piel y sexo a los burdos inspectores de la línea de colectivo que paraba frente al locutorio como a todo hombre que la mirara con un poco de simpatía. No era que quería horrorizar a David, que vivía todo ello como una blasfemia formulada contra su capacidad intelectual forjada en el pensamiento marxista – leninista. No, nada de eso.
Rijah sólo quería vivir de la piel para afuera. Porque si lo hacía de otra manera iba a terminar ahogándose en su propia herrumbre.
Mientras, David se moría por un beso de ella. Y una noche casi lo logra. Pero ésa es otra historia…


Con autorización del autor, extraído de http://palabrar.com.ar/
Sobre el autor: Eduardo Betas

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