viernes, 14 de marzo de 2014

Agujeros para topos— José Manuel Ortiz Soto


Cuando desperté, iba en una camilla de hospital, todo adolorido y ensangrentado. “No te muevas, mi amor, tienes la cadera y tres costillas rotas”, me tranquilizó la voz de mi mujer; “ahorita mismo vas camino al quirófano”. A través de los párpados engrosados por la inflamación distinguí su mano, firmemente aferrada a su inseparable libro de suspenso, en esta ocasión una novela de Ágata Christie. “Te caíste. El tiempo no pasa en vano, ¿qué esperabas? ¡Ya no eres un chiquillo!”, dijo al ver mi cara contrariada.
No es fácil de aceptar que te has hecho viejo. Sobre todo si antes fuiste lo que se dice un férreo navegante de la vida al que nada ni nadie quebrantaba. Cómo olvidar que por años practicaste karate y boxeo con no malos resultados, que corriste la maratón dentro y fuera de la ciudad, y que podías beber de las aguas insalubres de un charco en medio del desierto o arrastrarte entre las hiedras venenosas que crecen a la orilla de los ríos sin sufrir la más leve urticaria. Sin embargo, en el solsticio de invierno de tu vida, bastaría un mínimo soplo del viento para que te derrumbaras como un castillo de naipes.
“Algún día tenía que suceder”, dije en voz alta, mientras el camillero empujaba mi cama en dirección a la sala de operaciones y, desde la distancia, mi mujer me mandaba un beso con la mano. ¡Maldita!, cree que no me di cuenta que el enorme hoyo que hay junto a los rosales no lo hizo ningún topo.

Sobre el autor:  José Manuel Ortiz Soto

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