Camino
por el borde de la cornisa del imponente edificio. Estoy dispuesta a
asesinarlo, claro que no será cosa fácil matarlo y luego huir.
El
Dr. Hollystone ha sido de gran ayuda, hasta hoy en que deberé aprender a
no escucharlo. No es cosa fácil, él es un hombre convincente, pero
estoy dispuesta a hacer caso omiso a sus recomendaciones.
Le tengo vértigo a las alturas y no obstante ello, aquí estoy: agazapada como lince al acecho.
Los transeúntes, al verme en la punta del rascacielos, alzaron sus
testas. Seguramente parezco un diminuto punto en el cielo mismo, aunque
como ellos, también yo transcurro inadvertida por este lar llamado
Tierra.
No alcanzo a distinguir sus delimitados cuerpos ocupando gran parte de
la acera. Yo trato de extender mis confines. Los límites los he dejado a
un costado de mi cuerpo. Alcanzo a divisar a través de los cristales de
un inmenso ventanal al Dr. Hollystone; porta en sus manos un reloj
antiguo que pende de una cadena. Lo mueve de un lado a otro, me quiere
hipnotizar. Grita varias veces:
—Artemisa, Artemisa, baja de ahí.
Me
causa pena el Dr. Hollystone, tan empeñado en cuestiones del ego y el
alter ego; aún no comprendió que soy un avatar. Ya hace mucho tiempo que
la engullí a Artemisa, ahora voy por Apolo.
Acerca de la autora: Ana Caliyuri
miércoles, 5 de noviembre de 2014
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