sábado, 30 de agosto de 2008

12 de mayo de 1984 - Ricardo Manuel Ganso


Frankie pasa la noche sentado en una silla de paja, como casi todas las noches de los últimos años. No debería hacerlo, pero Frankie ha aprendido a pensar y repasa sus memorias:
—Llegué aquí en el tiempo equivocado; un lamentable error de mi creador. Llegar aquí 36 años antes de poder cumplir con mi misión casi me deja frente al vacío. Durante varias semanas, fui un ser sin objeto, absurdo y desnudo. Pronto comprendí que no podía sobrevivir mucho tiempo si no me adaptaba. (Ni soñar en hacerlo durante 36 años.) Además, esa adaptación servía para prepararme lo mejor posible para cumplir con lo inexorable en el día preciso.
“Conviviendo con la humanidad aprendí de ellos toda la cultura que estuvo a mi alcance. Convertí mi lenguaje casi gutural en ricas formas de expresión. Asimilé sus costumbres, formé parte de sus asociaciones e ingresé en sus clubes. Participé en sus trabajos y logré obtener mi sustento ocultando mi identidad. Para mantenerme oculto, por supuesto, debí cambiar periódicamente de ambiente, mudarme de ciudad en ciudad y empezar de nuevo.
“Conocí así muchas personas diferentes, de muy diversa índole y clase, y de ellos absorbí como esponja una cantidad de información tal, que me he convertido en el ser casi perfecto para el cumplimiento de mi misión. Pero con el correr de los años, la misión pasó a planos más relegados de mi cerebro. Aprender de la humanidad se fue desligando de esa misión para pasar a ser casi una conversión. Adquirí una empatía incompatible, que comenzó el día que decidí tener un nombre y lo tomé del título de aquel libro, el primero que me resultó raramente entrañable; Frankenstein. Lo adapté porque aquí sólo podía ser Frankie.
Tuve algunos amigos, siempre de a uno, y a todos los perdí al cambiar de ciudad sin dejar rastros. Algunos de ellos estuvieron cerca de ver la verdad y eso precipitó mi mudanza. Con ellos mi cerebro empezó a comprender lo terrible de mi misión. Casi llego a renegar de ella, pero la tengo fuertemente inscripta, imborrable como los átomos acomodados en nanocapas de silicio. El creador se equivocó y me mandó al 12 de mayo de 1948, pero aquí llega el día, implacable”.
Un reloj calendario en la pared titila y pasa a 00:00 – 12/05/1984. Un leve resplandor rojizo se adivina en la mirada de Frankie, que se pone de pie y va hacia el garaje de su casa. Frankie se sube a su Harley-Davidson flamante y sale a la calle, una calle oscura de los suburbios. Se detiene en el primer teléfono público. Pasa varios minutos petrificado, como si las órdenes provenientes de su cerebro fuesen contradictorias y sus extremidades quedasen inmóviles en la eterna tensión de músculos opuestos. Finalmente Frankie va hacia la cabina, toma la guía telefónica, y arranca la página que contiene las direcciones de las tres Sarah Connor que viven en Los Ángeles.

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