miércoles, 29 de octubre de 2008

Hora novena - Jorge De Abreu


Me llaman el cayari aunque nací en Obrelon, pero así debe ser. Así está escrito. Siempre todo está escrito; escrito en mil formas
Veo a mis escarnecedores, los veo bajo la interfaz, agitando sus pseudópodos, enfebrecidos. Los guardias se desplazan con suaves movimientos ondulatorios por entre los postes de los condenados apartando a los curiosos. Algunos familiares agitan sus diafragmas con desesperación perturbando continuamente el agua del arrecife.
Alzo mi diafragma al cielo y observo quedamente, meditabundo, el umbral del universo. ¿Cuántas veces lo habré hecho?, he perdido la cuenta; en realidad, no vale la pena contar. El negro espacio es siempre el mismo: insondable, las constelaciones difieren como gotas de luz en una charca, una vez aquí otra allá, muchas o pocas, pero siempre son los mismos puntos de luz refulgente.
El viento, frío y quemante, reseca lentamente mis húmedas membranas, contraigo con dolor el diafragma. Siento como mi cuerpo se incrusta lentamente al poste, siento la potencia de la muerte hender mi plasma.
Los guardias están ahora en grupos, se distraen lanzando erizos plateados contra los postes. Los mirones observan el espectáculo desde los alrededores. La multitud es indiferente a mi martirio, ¡cómo me aclamaban antes! Todo ha sido olvidado: el portento del tamán, mis arengas... sólo queda su condena y el jolgorio del pueblo ante mi muerte, ¡oh, cruel destino!
¿Por qué? Por qué tantas veces, tantos mundos, tantos seres. Por qué. Mis carnes se estremecen ante tantos escarnios pasados, mi dolor es infinito y mi tristeza inconmensurable. Ya no recuerdo la primera vez, si alguna vez la hubo. Siempre todo estuvo escrito, escrupulosamente anotado. Dolor y monotonía. No cuestiono el fin, sólo reniego de los medios.
Una nueva punzada de agonía me contrae contra la piedra aspérrima y mis membranas palpan el recuerdo de millares de eras de evolución. Presiento mi fin, la pérdida de fluidos en este ambiente inhóspito alcanza su límite, pronto mi plasma, deshidratado, se cuarteará como un cuero seco. Sin agua, la entropía enseñoreará mi bioquímica moribunda y entonces moriré. La muerte, la he sentido en formas tan distintas y, sin embargo, paradójicamente, tan parecidas, un lento discurrir hacia la nada. Me siento cansado, recuerdo tantas veces en que mis fuerzas mermadas por el suplicio conducían a mis pensamientos hacia la misma idea: cansancio, cansancio de morir.
El cielo, tan distinto aquí afuera, comienza a oscurecer. Todo encaja como siempre. Recuerdo mi futuro en los millones de millones de eventos pasados. El sufrimiento no es distinto, sólo varía la forma. Mi diafragma se contrae espasmódico:
—Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has desamparado?
El viento ruge y agita las aguas con ira.
—Tengo sed...

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