jueves, 27 de noviembre de 2008

La persecución - Ramiro Sanchiz


Esto no terminará nunca. Estoy corriendo por un callejón en ruinas, cerca de la rambla; todavía me persigue. Aprieto el paso, giro para confundirlo y trato de perderlo de vista entrando a un edificio. Subo las escaleras corriendo. Por un momento estoy a salvo; me recuesto contra una pared para recuperar el aliento y entonces llega a mis oídos el ruido de la puerta: ha entrado, y son múltiples ahora los pasos, por lo que cabe pensar que ya son más. Esto ha sucedido antes. La última vez estuve a punto de ser atrapado; quisiera recordar cómo logré evadirme, si fue también dividiéndome de todas formas ahora no podría, me tomaría siglos o si encontré un buen lugar para esconderme. Pero no lo recuerdo. Ha pasado demasiado tiempo. Ahora he encontrado la escalera de servicio. Creo que dio resultado; no escucho que estén acercándose. Bajo cuatro pisos pensando en escaparme por alguna salida lateral; un hombre que no conozco se me acerca y me tiende su mano, yo puedo ayudarte, dice, puedo mostrarte la salida. Lo sigo. Está conduciéndome por pasillos llenos de oficinas. Afuera ha salido el sol. Me detengo un instante frente a una ventana; él parece impaciente, me señala el ascensor. Algo no está funcionando. Seguramente va a traicionarme. Lo golpeo con todas mis fuerzas y huyo, buscando una vez más la escalera de servicio. Estuve a punto de caer en sus manos. No puedo ser tan crédulo, pienso mientras corro hacia la salida del edificio. Parece que los he dejado atrás. Estoy en un barrio lleno de antiguas mansiones; es posible que encuentre aquí un lugar para esconderme. Porque esa es la única idea en que puedo pensar, replegarme, rodearme de mil paredes y trampas y esperar... pero, ¿y si los enfrentara? ¿Y si urdiera un plan para detenerlos? Lo he intentado antes, sin éxito, pero el fracaso se debió a mi fuerza entonces reducida, a mi inexperiencia. Ahora podría ser diferente; sólo tengo que definirlo, concentrarme en una forma totalmente diferente de actuar. Sé que no hay manera de agotarlos; están persiguiéndome, a veces uno, a veces muchos, desde que tengo memoria. No sé cómo, cuándo o por qué comenzó, pero está claro que no abandonarán su misión. A veces alguno de ellos parece resignarse, buscar una vida, levantar una casa o formar una familia, pero, tarde o temprano, vuelve a buscarme. No pueden evitarlo, y por eso está claro que ellos también sufren la persecución. Han debido entregar su tiempo y sus días a buscarme sin pausa por estos laberintos: Acaso sea su castigo: el nuestro; son, quizá, mis víctimas. Ahora no están cerca, pero pronto lo estarán. Me detengo en el fondo de una de las mansiones y descanso contra un árbol. El terreno se pierde en la distancia, un bosque flanqueado por murallas. Retomo la marcha. El avance es difícil en este terreno; deberé buscar otro camino. Y ahí están sus pasos una vez más. No hay salida, esto no terminará nunca, pero he hecho de sus vidas un infierno. Quizá pronto encuentre yo alguien a quién perseguir, y ese alguien y mis perseguidores, de alguna infinita, tortuosa manera, podrán ser los mismos. Quizá un día decida que la última salida es plantarme ante ellos y entregarme, dar fin a todo lo que han hecho sobre este mundo y asi borrarlos y borrarme y descansar. Pero no todavía. Ahora sólo puedo seguir.

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