sábado, 27 de diciembre de 2008

Drummer 5 - Héctor Ranea


El baterista conductor de la primera nave tripulada a Júpiter estaba desolado. Al ejecutar una vez más el solo de batería el platillo mayor, Batuque, se rompió en dos nítidos pedazos, revelando una falla en la forja. Uno de los pedazos aún se sostenía en su pie y presentaba un mordisco de un perro gigante en el lugar donde estaba el otro pedazo, que quedó en el piso de la nave. Sin ese platillo, Syd no ejecutaba sus piezas, por más que lo intentara, con la suficiente energía como para dar impulso a la nave, que poco a poco desaceleró hasta parecer apenas una piedra en caída libre. La velocidad que adquiriría sería insuficiente para llegar a Júpiter antes del gran suceso que debía registrar y así su desesperanza crecía.
Llamó a Tierra reclamando dónde habían puesto el repuesto que había solicitado oportunamente y le dieron largas explicaciones sin sentido. No sabían, en realidad, dónde habían puesto el contenedor con esos repuestos. Syd Drummer transpiraba. ¿Si eso, que tan importante era para la misión, lo habían olvidado? ¿Qué no habrían olvidado esos burócratas indolentes?
Buscó frenéticamente por el término de una semana terrestre, pero no había forma de encontrar nada de lo pedido, de modo que comenzó a variar un poco las ejecuciones para adecuarse a esas contingencias. No le faltaban convicción ni brillo, pero un poco más de energía hubiera ayudado. Usaba lo que tenía a disposición como elemento a percutir, aunque no formara la batería clásica.
De Tierra lo alentaban pues algo, a pesar del incidente, había comenzado a acelerar y a la velocidad espeluznante que llevaba, le sumaba por cada hora una decena de kilómetros por hora más. Semejante desgaste de energía requería de comida suficiente para su musculatura, cosa que preocupaba a todos pues el suministro había sido calculado en base a los platillos completos y ahora, faltándole uno, debía exigirle más a su organismo para lograr efectos similares.
No es fácil desde acá desarrollar la historia de Syd con sus platillos rotos en medio de una lluvia de pequeños asteroides no detectados por las computadoras en Tierra, pero audibles en los choques con la fuerte coraza de la Rosaura. La computadora de a bordo esquivaba las piedras que consideraba peligrosas para la integridad de la nave pero no podía evitar los guijarros. Inclusive la colisión con el polvo, que abundaba en la región exterior del cinturón de asteroides, le hacía recordar a Syd la lluvia de arena del Salitral del Huinca Muerto, que conocía de su anterior oficio. 
En aquella planicie gris el viento del Oeste lijaba con salitre la pintura de los camiones y las lonas de cobertura de los vellones de lana quedaban reducidas a jirones en pocos viajes. Por eso, no eran muchos los camioneros que copaban la parada y se aventuraban por ahí, con lo que los pobladores tenían meses de falta de contacto con las noticias. Syd recordaba, por ejemplo, que en el pueblo se enteraron sobre el terremoto y la gran ola en Chile recién cuando estaban reconstruyendo las casas demolidas y ya habían enterrados a sus muertos.
Ahora quedaba arreglar el platillo o seguir percutiéndolo con el riesgo de que sonase mal y las grabaciones no se vendieran como deseaban los muchachos en Tierra. Lástima que ni poniendo el lado del mordisco lejos Batuque sonara bien. Se le había perdido la voz definitivamente. Syd lograba concentrarse mirando por la pantalla hacia afuera, con Júpiter agrandándose mes a mes.
Intentó usar algo de la capacidad ociosa de la computadora para sintetizar su platillo, pero con la lluvia de restos amenazando a la Rosaura, la computadora no dejaba que se usase su respaldo, de modo que al navegante sólo le quedaba resignarse a acelerar menos.
Se podía decir, con bastante certeza, que la evaluación de la erupción del volcán recientemente descubierto en Júpiter tenía aún una buena dosis de conjetura. Ese volcán era, con mucha probabilidad, responsable de la tormenta menor en su atmósfera. Este razonamiento optimista le permitía al tripulante dormirse con bastante calma en los periodos en que la nave controlaba la aceleración sin usarlo a él como combustible y seguir soñando que sería el primer hombre que vería la erupción de un volcán de Júpiter en forma directa. Volcán o lo que fuese que había allá abajo, la Rosaura tenía que llegar.

2 comentarios:

Salemo dijo...

Es sin duda el método de propulsión más extraño sobre el que he tenido noticias. Aunque tiene su sentido si imaginamos la cantidad de energía que un baterista es capaz de generar.
Una duda: ¿de que genero musical estamos hablando y en quién está inspirado?

Ogui dijo...

Bonham, Giles, Krupa... et al. Alguien dijo una vez que el baterista es el motor de una banda... entonces un día apareció la Rosaura...