jueves, 28 de mayo de 2009

Tristezas del mar primigenio - Sergio Gaut vel Hartman


El mar era gris, deprimente, y servía para todo lo imaginable, y lo que no lográbamos imaginar, también. Pero todo empezó a cambiar cuando yo, Uno, me moví con torpeza para salir del huevo de espuma que me retenía. Pensé líquido, pensé sal, pensé espuma. No había mucho más en qué pensar, ni con qué hacerlo. Algo gruñía en alguna parte; no lograba identificar el origen; tripas no tenía.
—Estás loco —dijo Dos, saliendo de su propio huevo. No tenía la menor idea de lo que era la locura; hablaba por hablar: Freud estaba a millones de años en el futuro. Se sacudió el yodo que lo cubría y se sentó sobre la arena húmeda.
—Es culpa del mar —dije—, el maldito mar que nos domina y controla. Quisiera librarme del mar y de las olas. —Yo tampoco sabía de qué estaba hablando. La lógica no había sido inventada y de lo único que estábamos seguros era que el mar nos la tenía jurada.
—Tiene hambre —dijo Dos—, y nos devora.
—Peor para él —repliqué—: será cada vez menos mar.
—¡Fantasías! Se limita a recuperar la materia que nos prestó.
No le contesté, refugiándome en un silencio hosco, resentido. Odiaba que Dos hablara de los fenómenos de la naturaleza; los consideraba obscenos, una categoría de la intimidad, algo que no se ventilaba en público.
El mar adoptó un matiz extraño, azafranado, aunque el azafrán todavía no había sido inventado. Y lo digo aunque sé que me repito. Fue el momento elegido por Tres para aparecer en escena. Emergió con brusquedad y escupió un chorro de mar sobre la arena.
—Escuché la conversación —dijo Tres. Me encogí de hombros y le di la espalda. Dos se arrojó de cabeza al mar dejando detrás de sí una estela llameante de arena rojiza. Hice una mueca—. Se quejaban del mar, como siempre —agregó Tres.
—Ese es el problema —dije sin volverme—; sólo se habla del mar; no hay otro tema de conversación. Seremos todo lo primigenios que quieras, pero el aburrimiento es mortal.
—Hay otro asunto —insistió Tres—. Un sueño.
—¿Un sueño? ¿Qué es un sueño? ¿Algo nuevo? —Mi voz sonó abatida, como si me agobiara un peso insoportable. Tres me miró de reojo; yo lo enfrenté.
—Un sueño es una imagen ajena que se impone a las propias. Un suceso no ocurrido que reclama el rango de los que sí sucedieron. —Esperó mi reacción, pero no se produjo. —Soñé que tenía un perro y lo dejaba morir. Sentí pena y culpa, adentro, y luego afuera del sueño. Aún sufro por eso.
—Un perro —dije inexpresivamente. No sabía lo que era un perro. No conocía la culpa, la muerte, la pena. Ni siquiera hoy lo sé. Pero en aquel momento era peor, porque sólo conocíamos el mar, sólo existía el mar, aunque el mar bien puede ser el padre de los sueños, de los perros y la culpa y la pena; puede crear todo eso del mismo modo que nos crea y recrea a nosotros. En ese momento, una ola golpeó salvajemente contra las rocas. El residuo, de un gris tornasolado, se consolidó con rapidez, como una respuesta elemental a mis dudas: cabeza, tronco, extremidades.
—Miau, miau —dijo la condensación.
—Esto es un perro —dije, convencido.
El mar no nos daba respiro. Devolvió a Dos como si se tratara de un vómito. Una nueva demostración del poder absoluto del mar, de su voluntad superior.
—¿Qué es? —El terror dominó las facciones de Dos. Traté de apoyarme en la roca para neutralizar una sensación de profunda repugnancia, pero el mar volcó otra cortina de espuma.
—Es un perro —dije.
—Así era el perro en mi sueño—aclaró Tres.
—Nunca hubo un perro antes —dijo Dos con desconfianza.
Sin embargo empezábamos a sentirnos felices. Estábamos juntos y hasta teníamos un perro. La vida junto al mar se volvía interesante.
—Miau miau —dijo el perro.

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