martes, 7 de julio de 2009

Ella - Bárbara Wall


Se escuchaban la teclas de una antigua Remington en un papel que estaba en blanco. En ese escritorio había un vaso con whisky, las aspas del ventilador de techo rodaban como si de un remolino se tratara, todo estaba en una completa desolación. El hielo se había deshecho ya, la máquina de escribir seguía sonando, la alfombra denotaba que unos tacones la habían pisado, muy fuertemente.
La ducha estaba lista, se escuchaba al fondo del pasillo en aquel apartamento; las dos puertas de los dormitorios estaban entreabiertas y unos susurros se dejaban escuchar cuando se acercaban más.
Ella estaba hecha un lío, no sabía que hacer con ese trabajo, con la soledad que carcomía sus entrañas, por su edad, por no querer saber más acerca del “que dirán”. Estaba en posición fetal, sentada en ese solitario cuarto de baño, desnuda, llorando, por un bloqueo, por una máquina de escribir que no servía, por su vida que estaba perdiendo.
Todo lo había abandonado para ese instante, ya nada le importaba, dejó que la pequeña aguja del tocadiscos saltara sobre aquel disco de jazz que tanto le gustaba. Se sentía perdida, ya nada valía para ella.
Era la vida de una escritora, pensaba para sí. No quiero más preguntas, no quiero estar aquí, quiero más libertad, me quiero a mí, gritaba llorando bajo el agua de esa ducha tibia que se tornaba fría ante sus nervios. Estaba estancada en un lugar que no le pertenecía, al que no sabía cómo había llegado, ni por qué. Siguió por horas llorando por lo que era, mas no por lo que fue, ya que no lo recordaba.
De repente se escuchó de nuevo el rasguido de ese ventilador y las teclas de esa máquina de escribir sobre una hoja en blanco, eran más fuertes que sus gritos y un estallido rompió la monotonía del ambiente. Una mancha cayó sobre la alfombra, alguien había tirado el vaso de whisky al suelo y había roto en pedazos el vaso.
Se vieron unas llaves que ciertas manos dejaron caer sobre el escritorio y unos pasos caminaron directamente hacia el baño, la luz estaba apagada. Había sangre derramada en la tina pero ya no había nadie; nadie excepto Ella que estaba harta de llegar desde la calle y volver a la rutina de siempre. Esa agonía que poco a poco la estaba matando. No se sorprendió por lo que había visto, estaba realmente furiosa y era más que una mujer para ese lugar y esa época. Sabía que no era la primera vez que pasaba, su mente era muy fuerte y le jugaba esas malas pasadas, eso de lo que no podía acordarse más tarde, su llamada esquizofrenia.
Se lavó las manos con agua fría y su cara con jabón de olivo, se miró al espejo mientras se secaba con una toalla, vio sus ojos y sus ojeras, su palidez, no había comido; ahora sólo escuchaba esa tonada con ese trompetista que tanto le gustaba, Miles Davis; decidió ir a su dormitorio y así encontrar una nueva historia, una nueva imagen, quería descansar de esa vida, tomó sus medicamentos, se desvistió tratando de conservar la calma, primero los zapatos, la falda, su saco, y mientras seguía con su blusa de seda, fue quitando poco a poco sus medias, cuidando que no se rasgaran, todo bajo la luz de su lámpara de noche, se deshizo de todo lo demás y ya en la cama quedó sumergida entre las sábanas mientras se ocultaba tras la oscuridad de aquellas cortinas, la máquina; la vieja Remington dejó de escribir. El tocadiscos siguió sonando y las lágrimas en la ducha siguieron corriendo.
Habían pasado ya varios días… Ella no se había percatado de ello. Se había suicidado y ya estaba muerta… su alma rondaba en ese apartamento y ella pensaba que era sólo uno más de sus trastornos psicológicos. No podía descansar, nunca más podría hacerlo.

1 comentario:

Bárbara Wall dijo...

No sabía que uno de mis cuentos estaba publicado.
Muchísimas gracias.
Me lo ha hecho saber un amigo que está en Barcelona.