sábado, 23 de enero de 2010

El primer día de primavera (El jardín de Chloe) - Christian Lisboa


Cada vez que salías a remover la tierra gredosa del espacio que llamabas “antejardín”, yo sabía que regresarías con los ojos tristes, con ese sentimiento que yo no quería que expresaras, porque cada vez que esa sombra velaba tus ojos, estabas pensando en los parques y en los cerros cubiertos de un manto verde, y en lagunas y ríos y playas y también en paseos y en tardes enteras jugando con tus sobrinos, y en los años de juegos con nuestros niños, cuando eran niños, cuando éramos felices. Y yo me sentía culpable por haber quebrado todo eso, cuando en realidad tú y yo sabíamos que no era así, pero…
—¡Vincent! —gritaste. Como no reaccioné rápidamente, viniste a buscarme y me llevaste de la mano hasta un rincón. Entre la maleza seca, una pequeña planta luchaba por subsistir, extendiendo sus hojas puntiagudas como de palmera.
—Lo ves, yo sabía que alguna de las plantas iba a crecer —me dijiste.
—Es una palmerita china —te dije, mientras intentaba recordar el nombre científico, “rhapsis…”, y los datos de cuidados requeridos, que recibimos en el corto curso de ambientación antes de venir aquí—. Necesita poca agua y resiste bajas temperaturas, pero no vivirá mucho… —Lo dije sabiendo que te enojarías, que me acusarías de insensible, pues todo lo llevo a números, pues bloqueo mentalmente lo que es difícil y lo transformo en imposible… finalmente terminaste la conversación con los ojos húmedos lamentando haber venido aquí, conmigo, y haber dejado nuestro hermoso mundo, nuestros hijos, hermanos, primos y amigos, para ser los estúpidos pioneros en este planeta helado que recién comienza a ser habitable.
De nada serviría decirte que todos deberán abandonar finalmente la Tierra, que no supimos cuidar, que quienes se queden deberán oxigenarse más de una vez al día, que los protectores solares factor 80 no serán suficientes y deberán cubrirse como los beduinos al exponerse a la luz, que si te propuse venir antes fue para adaptarnos y ser de los que prepararán este mundo árido y helado para que una nueva humanidad comience. Y no es suficiente ver al atardecer el hermoso espectáculo de las dos lunas, cuando el disco amarillento del sol va apareciendo en el ocaso. No es suficiente recorrer miles de kilómetros de paisajes que jamás pudimos imaginar, no nos bastamos y las reuniones con los otros pioneros siempre terminan con melancolía y ojos llorosos.
Pero hoy ambos despertamos con una energía diferente. Chloe no salió al jardín, sino que se quedó a preparar el desayuno conmigo. Disfrutamos el pequeño placer de saborear los lácteos y frutas después de hidratarlas con agua marciana. Luego salimos juntos al jardín de Chloe y nos quedamos absortos. Miles de pequeñas hojitas verdes nos miraban sin ojos desde el suelo. Cleyeras, boneteros, hipericum, pitósporo, lobelias, mahonias, áloes. Emocionados, recorrimos las hileras de brotes descubriendo nuevas plantas que sobrevivirán, al igual que nosotros, un año más de 669 días en este mundo frío.


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