sábado, 20 de febrero de 2010

Rey sin ser tuerto, cegado por un descuido – Héctor Ranea


En el pueblo no sabían todo sobre el magnífico Dr. Malabar. Lo que sigue es lo que resultó de una investigación posterior a su deceso.
Tenía entrenado a un oso con el que protagonizaba espectáculos en el Teatro Variedad (de su propiedad) y al cual prestaba a un vendedor ambulante para vender pasta para adelgazar (que hacía en el desván de su clínica). El oso era experto en dar mordeduras muy superficiales, cosa que hacía en las calles más oscuras de la ciudad a los caminantes, no bien su dueño chasqueaba los dedos, pero los colmillos estaban empapados en una sustancia cerosa (que fabricaba también él en otro laboratorio más secreto en el sótano de su casa) con unas bacterias que se alojaban en el bazo de las víctimas. Los enfermos recurrían a su clínica y los operaba. En las condiciones en que operaba era bastante probable que los pacientes pasaran a ser alojados en la morgue hasta que vinieran los parientes a buscarlos. En ese caso les ofrecía el servicio de entierro en la compañía que poseía y también el de ser enterrados en el cementerio de su propiedad. En caso en que los deudos no aceptaran los enterraban en el cementerio municipal, pero entonces el Dr. Malabar tenía dos opciones: o robaba el cadáver para comercializarlo en el mercado negro de zombies o lo llevaba a un nigromante que lo convertía en sirvientes del demonio. En el primer caso, los zombies aparecían por la casa de los deudos y la mayoría de las veces éstos los expulsaban con nefastas consecuencias para sus propiedades. Si las abandonaban, la inmobiliaria del extraño Dr. al tiempo las revendía. Si pedían auxilio a un exorcista, aparecía el Dr. Malabar, recibido de exorcista, quitándole al ya difunto el hálito que lo mantenía en vilo, haciéndoles creer a los deudos que estaba poseído por diablos especializados en muertos. Por lo general los deudos decidían enterrar lo que quedaba en el cementerio privado. Los que se convertían en sirvientes del demonio, por lo general, no molestaban demasiado, salvo que el nigromante se encabritara y los echara de su vivienda. Ahí el Dr. Malabar tenía que trabajar doble turno. Buscaba a los no-muertos para devolverlos al redil y vendía al nigromante calmantes que conseguía en el mercado negro. Nadie estaba enterado de todas estas actividades hasta que en el pueblo decidieron poner unos molinos para generar electricidad y vino una ingeniera de gran inteligencia y cuerpo de diosa Pangea que conquistó perdidamente al enamoradizo Dr. Malabar. Probablemente la actividad sexual y el exceso de ocupación del mencionado profesional hicieron que perdiera la concentración en el número de magia en el que ponía la cabeza dentro del oso. No bien el Dr. Malabar chasqueó los dedos supo que todo su imperio caería. Se dice que es ahora sirviente decapitado del nigromante, quien era en verdad el exorcista.

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