domingo, 18 de abril de 2010

Y eso - Ricardo Germán Giorno


Amaneciendo al dolor, apago a la consola de adormilación, y contemplo una vez más el paisaje.
Soy el último. Hace rato que lo sé. Y la visión flota sobre una mueca de disgusto. Lo decido al instante: encuentro la consola de gestación, y le grito con voz clara y concisa: ¡Esdrujo! Debo pronunciar muy bien las palabras, una vez grité ¡Conflex! y me descubrió una cardita de ojos soñadores.
Mañana tendré un despertar diferentemente perfumado. La visión futurista me corre hacia atrás, muy atrás, casi hasta cuando sostenía formas pesadas que cobraban vida a medida que mis… mis… ¿cómo era?
Otra jornada de desvaríos.
La visita al antes de mi existencia me deja sabor a muerte. La mente se agita buscando ese atajo cotidiano que le permita comandarme.
El pasado me aprisiona, pisotea la mente, que huye a buscar aliados. Una punzada de apetito primigenio me encierra, ahogando uno de los caminos que el tiempo proyecta. Ayer vuelve y abofetea la nuca del mayalo rengo hasta hacer que tome una hoja de credencial, que se conserva gracias a la consola de mantenimiento.
Veloz y sudorosa, la mente irrumpe queriendo dictar las consignas del futuro. No puede. Pasado se desprende en ese animal que una vez intimé fundido y la somete con ardor.
Ayer me habla, y le dicto al mayalo:

“Querida Malatinta:
Te escribo estas líneas sabiendo que jamás las obtendrás, ni siquiera podrás atrapar la sorpresa que nace de la mezcla entre tus dichos y las consecuencias de la no lluvia.
No te escribí antes por varias razones, unas más astutas que otras, aunque las principales hayan sido el descarte y la oxidación. Vibrando a un régimen inaudito quiero decirte que ahora tampoco lo estoy haciendo.
Un agujero se abre y por él puedo pasar parte del delito anhelado: en el tercer planeta llueve lo que no llueve en el cuarto. Y el mar lo sabe. Y se retira.
Ya que estoy en ayer, me traje a Muoyo y lo estaqué a la consola de agasajo. A partir de allí se convirtió en una parte importante de la consigna”.
El perfume de los esdrujos recientes arrebata la hoja y permite incorporar la mente al juego de cuplé. Aceitosa y maléfica después del coito, vuelve los chips en contra. Pero el perfume prevalece y consigo ordenarle ¡jugo! a la consola de consuelo.

La chorreante frescura acapara final incierto. El pasado aprovecha ordenándole al mayalo que tome la hoja de credencial y le dicta:
“Malatinta subida al proto, y te regalo por eso. Patento las visiones extremas para que la mentira no extraiga rédito. Perforo el alimento buscando variarte las consignas. Sublime y pútrida te acaparo, conteniendo el gozo para que el instinto no brille”.

De golpe, hoy interviene:

“Querida Malatinta.
Vuelvo sobre los pasos advirtiendo lo efímero del retorno. La decepción, el engaño, la avidez, el consentimiento, la lujuria, se abaten sobre la consola de consuelo que los detiene y les confunde los roles.
No te escribí ni te escribo. Gritos estúpidos que difieren del verdadero, y que quizá jamás lo sientas, no me lo impidieron. Ojalá te penetre la ansiedad por lo rojo, tal como a mí me evadió el verde. Los deseos, que no te llegarán, los vierto sobre la consola de convite Allí, donde Muoyo condensa las venas de la venganza. Quizá pueda alguna vez complacerme, aunque la mente lo duda”.

Sólo dictarla para que reaparezca.
La mente acapara los pocos mendrugos esparcidos y comanda una vez más. Me zambullo en la fragancia de la omisión, y me dejo ir.