martes, 15 de junio de 2010

Buenos Días - Carlos Feinstein


Me levanté temprano, como todos los días. Me preparé un buen desayuno y aunque ya no tengo trabajo igual debo salir por comida. Caminé unas cuadras y no pude ignorar el deterioro de las calles, veredas y casas. Era notable como se había venido abajo este barrio, que conoció épocas mucho mejores. La falta de cuidado era un hecho concreto, pero como estaban las cosas buscar culpables no tenía sentido.
En el supermercado me llevé unas cuantas latas, mirando con cuidado que ninguna estuviese golpeada, hinchada, o con signos de que su contenido pudiera estar en mal estado. Conseguí alguna ropa de mi talla, no era la que me gustaba pero a quien le iba a importar.
De salida, con torpeza choqué el carro contra el escritorio de la cajera. Su cráneo, ya descarnado por el paso del tiempo cayó al suelo y me miró con una sonrisa comprensiva. Con respeto lo acomodé entre sus restos. No todos llegaron a sus casas para morir, sólo los más afortunados.
Tomándome mi tiempo llegué a mi hogar, dejé las latas en la alacena y fui a poner unas flores en las tumbas donde yacen mi esposa, mis hijos y mi perro. La soledad absoluta es algo complicado, pero lo he superado, lentamente lo que se ha vuelto insoportable en todos estos largos años es el total y absoluto aburrimiento.

3 comentarios:

Javier López dijo...

Espero que al menos tu personaje encontrara una consola de videojuegos para que el tiempo no se le hiciera eterno.
Grandísima historia, Carlos!

Carlos Feinstein dijo...

Gracias Javi !!! Siempre son agradables las palabras de aliento.

Ogui dijo...

Muy bueno el cuento. La verdadera soledad, la que ni da la oportunidad de luchar por la propia vida, es un horror.