lunes, 6 de diciembre de 2010

Nada se pierde - Sergio Gaut vel Hartman


El abuelo estaba sentado en su sillón preferido y hacía como que leía. Pero en algún momento su mano quedó en el aire, repitiendo automáticamente el movimiento de dar vuelta la página, cuando ya no había páginas que dar vuelta. Muy desagradable.
—¡Mamá! —gritó Juana—. El abuelo se tildó.
—Tal vez se le terminó el libro —dijo Lidia, madre de Juana y nuera del abuelo, desde la cocina.
—Sí, eso.
—Estoy amasando tallarines. ¿Podrías ocuparte?
—¡No! Me da asco tocar a un muerto.
—Es tu abuelo, y no está muerto. A tu padre le costó una fortuna reciclarlo.
—¡No me importa! No está vivo como nosotros.
—Todos esos sensores, relés, micromotores, y los demás chismes le han devuelto la vida.
En ese preciso momento, el abuelo se irguió en el sillón y con voz sonora dijo:
—¡Jóvenes soldados! ¡La patria reclama vuestra sangre! ¡El clamor de la batalla…!
—¿No te dije? —Juana se tapó los oídos con las manos.
—¿Dónde está el control remoto? —preguntó la madre.
—Igual no tiene pilas.
—¿Será posible?
—Y el viejo no está a mi cargo —concluyó Juana.
El reciclado alzó el brazo. —¡Nuestros ilustres antepasados! ¡La gloria de los que dieron su vida…!
—¡Dale un golpe en la espalda!
—¿Yo? ¡Ni loca!
—Sí. Tengo las manos llenas de harina. ¡Vamos, o se va a pasar toda la tarde pasando esa grabación ridícula de cuando era coronel!
Con infinita aprensión, Juana se acercó al abuelo y le dio el milagroso golpe en la espalda. La voz se apagó al instante, pero luego de vacilar un momento, la cabeza rodó hacia un costado y cayó sobre las cerámicas del piso con gran estruendo.
—¡Por favor, no! —exclamó la madre con voz quebrada—. La última vez que se le cayó la cabeza nos arrancaron los ojos. —Y previendo la posibilidad de que Juana interpretara eso literalmente, agregó—: Los técnicos.
—Siempre estuve en contra de esa idea de papá.
—¡Hija, es tu abuelo!
—Mi abuelo se murió hace dos años. Esto es carne que no se pudre gracias a los líquidos que le inyectaron y a las varillas que tiene metidas entre los huesos. —Juana se acercó al reciclado y metió la mano en el hueco que había dejado la cabeza al caer; sacó una cápsula de plástico—. ¡Esto es el abuelo! Un símil, una falsificación. Todo el abuelo que nos queda cabe en este cartucho.
—Es mejor que ir al cementerio —dijo Lidia entrando a la sala—. A ver si lo puedo arreglar. —Colocó la cabeza sobre el cuello y trató de atornillarla.
—Para el otro lado —dijo Juana.
—Para el otro lado, okey. —Pero luego de cinco o seis intentos infructuosos se dio por vencida—. ¿Dónde está el número de la empresa?
—¿No era que nos iba a salir un ojo de la cara?
Lidia se detuvo y miró a su hija con malicia. Luego, sin dar mayores explicaciones tomó el atizador que estaba junto a la chimenea y empezó a machacar el cuerpo del reciclado. Juana no tardó en captar la idea y fue a buscar algo semejante en el cuarto de las herramientas. Cuando regresó con una azada, su madre le dijo:
—No es asesinato.
—Claro que no es. A un lado que me toca a mí.

Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman

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