sábado, 9 de abril de 2011

B, un superdotado cualquiera – María Paz Ruiz


B fue un niño nacido de un embarazo más corto de lo normal, por un parto más corto de lo normal, y criado con compotas más grandes de lo normal.
Aprendió a caminar con nueve meses, habló con un año, pero no dijo ni papá, ni mamá, ni agua. B sorprendió a sus padres al pronunciar la palabra helicóptero con todas sus letras y con el acento bien puesto en la O.
Y lo mejor estaba por llegar. Al aprender a hablar, B descubrió el poder que residía en hacer preguntas; porque con las preguntas de B las personas se echaban a temblar, y esperaban que no exigiera una respuesta ese mismo día.
—Mamá, ¿Por qué le pides favores a alguien que nadie ha visto?
—¿Y si existe tu nube Dios, por qué el mundo le salió tan mal?
—Me estoy muriendo desde que nací, lo sé, pero eso no parece preocupar a nadie, ¿o sí?
—Y otra cosa, es falso que la comida sirve para crecer. ¿Por qué si mi padre come todo el día, no ha crecido ni un centímetro este año?
Un día llegó con una caja de detergente para capturar su alma, porque no había visto la suya, pero sus familiares le aseguraban que tenía una. El muchachito se ponía extasiado delante de los ancianos por si presenciaba cómo se les salía la famosa alma, y se convertían rápidamente en cenizas, pero no pudo ver su caja rellena nunca, empezándose a declarar enemigo de toda superchería y frase no contrastable.
B se reía cuando su abuela le explicaba que algunas personas tenían cara de buena gente, y pensaba que eso era una mentira del mundo invisible, otra más.
¿Abuela, en serio crees que las personas actúan por la pinta que llevan y que todos los niños tienen buena fe? ¿Entonces, dime cuándo se les puso esa cara, o cuándo los niños pierden su fe?
El problema de los mayores, sentenció a los doce años desde su hamaca, es que creen en lo que no se ve. Papá intuye lo que va a pasar con su dinero, mama intuye lo que va a pasar con su peso, y los abuelos intuyen lo que va a pasar con el clima. Meteorologías para controlar lo que nadie nunca ha sabido, ni por asomo sabrá.
Nadie puede controlar nada. Me enfermo cuando mi mamá no se lo espera, me despierto cuando me entran ganas de hacer pipí, pero tampoco sé cuándo me van a entrar esas ganas. No puedo predecir los centímetros que creceré, y no sé cómo se borra el lunar que me salió en la cara.
Por más ayuda que pida al cielo, nadie me va ayudar, los santos no valen más que para decorar horrorosamente un cuarto y la suerte es la palabra favorita de los pobres.
Después de decir esto B dejó de hacer preguntas y empezó a convertirse en político. Ganó siempre que se lo propuso, sin tener que rezar ni ponerse nervioso. Ya no le gustan las preguntas, ni las respuestas. Ahora adora las promesas, cuanto más inciertas, más le divierten. No profesa devoción por ningún santo, pero sonríe cuando sus acólitos le traen medallas para el mal de ojo y cristos para la buena fortuna, pero se bendice ante las cámaras para que su madre se sienta orgullosa de su hijo superdotado.

No hay comentarios.: