sábado, 10 de marzo de 2012

Sierra Chica – Luciana Ruiz


En el prolongado pasillo el frío se siente hasta en los recuerdos. Sin embargo, los acordes de algún instrumento de cuerdas brindan algo de tibieza. En algún lugar del edificio un grupo se enreda entre alabanzas, gemidos y frenéticos aplausos; todo empezó con los evangelistas que ingresaron al penal con la intención de desterrar el Demonio de los cuerpos de los detenidos. Hoy continúan más por inercia que por convicción religiosa, dos veces por semana un grupo ingresa entre sahumadores, velas e imágenes. Alguna vez se decía: “Ya pasaron años del motín más feroz que recuerda la historia penitenciaria argentina, cuando siete presos fueron incinerados en la panadería del Penal. Las montañas de basura, el clima de muerte y el olor nauseabundo no están. Pero Sierra Chica sigue metiendo miedo”. Ya pasaron demasiados años, cuando el hacinamiento superó cualquier posibilidad de organización interna, cuando los motines aumentaron en número de muertos, de fugas…cuando los enfrentamientos entre guardias e internos dejaron de ser anécdotas aisladas y titulares de los periódicos…ya a nadie más le interesó qué sucedía dentro. Solo un grupo de hombres sumidos en sus túnicas… penitentes silenciosos, brujos milagreros, traspasaban los muros ronroneando versos mántricos.
Frente a una pequeña ventana-hueco un ser de apariencia humanoide respira dificultosamente y repite: “no existe tal cosa…no existe tal cosa…”

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