jueves, 5 de abril de 2012

La noche de un personaje - Mario César Lamique


Hace quince minutos que la estoy mirando, podría decir también que hace media hora o tres cuartos de hora o una hora o media vida, nunca calculo bien el tiempo mientras miro. La duración de una mirada no se mide con un reloj.
Comienzo a pensar en las miradas de las demás personas que están en el lugar, me pregunto si se fijarán en mí y si por mi manera de mirar se habrán dado cuenta de que soy un personaje, sólo un personaje de ficción que mira de forma obcecada a la mujer de la otra mesa que insiste en permanecer de espaldas.
La mesera no deja de sonreírme mientras le pido un cortado, tengo ganas de preguntarle si por un chiste que le contaron esta tarde y recién ahora lo entendió o es parte de su contrato el mostrar sus dientes a la clientela.
Cuando la miro el tiempo va hacia otro lado, se escapa, se retoba, se cierra atrás como equipo que quiere cuidar el resultado.
Vuelve la mesera con su insoportable sonrisa, quizás le paso algo divertidísimo en el viaje desde la barra hasta aquí.
Hace más de quince minutos que estoy mirándola y sigue de espaldas, bebe minuciosamente y seguro que tiene la mirada perdida como recordando o no pudiendo dejar de hacerlo... es posible que haya venido a olvidar, como yo, no es que piense que se pueda olvidar así no más, en realidad vine a recordar bajo protesta.
Norma tenía tantas cosas parecidas a mí y yo encantado con esas coincidencias comencé a rechazar todo lo que hacía o decía sin que yo lo compartiera, le dije bien en la cara que era una egoísta, porque no pensaba solamente en mí...En sus ojos había un presagio, que puede descifrar justo cuando se cumplió.
Norma vivía apurada por llegar —¿a dónde?— tenía mucho miedo a quedarse sola, haciendo todo lo necesario para estarlo, creo que eso fue lo primero que nos unió.
Hace más de media hora que la estoy mirando, veo formarse con su transpiración mares en su cuello; con mis ojos hago fuerza para que se dé vuelta y lo único que consigo es que todos giren sus cabezas y me miren entre sorprendidos y ofuscados mientras ella, ajena, sigue de espaldas y probablemente tratando de olvidar, como yo.
Norma tenía mucho miedo a quedarse sola aunque ese era su lugar de lucha. En sus ojos había un presagio que se cumplió.
Hace más de tres cuartos de hora que la estoy mirando y aprendí de memoria sus movimientos, que los cumple siguiendo un riguroso ciclo, si la música estuviera más baja podría escuchar el sonido de su respiración.
En el esfuerzo por olvidar recuerdo los detalles más nimios que nunca pensé que podía recordar, camperas, gestos, colectivos, caminatas y cada parte de su rostro, surcos, lunares y el recorrido de sus lágrimas cuando repetía situaciones y derrotas como si lo disfrutara.
Hace más de media vida que la estoy mirando y todavía no terminé de inventar su rostro, únicamente la pude imaginar pensando algo terrible y luego ver sus intentos para que eso no suceda en realidad. Miro mi cortado y no tengo ganas de terminarlo, revuelo los miedos que la gobernaban —y seguramente la siguen gobernando— a Norma y no sé la mujer de la otra mesa, que no sé si está dándome la espalda o está de frente a algo que no logro ver...
Entran dos policías y piden documentos, el "por favor" con el que terminan la frase está dicho con el tono menos amable que escuché en mi vida y en todos los libros de ficción donde trabajé.
Les doy mi carnet de "Personaje de ficción literaria" lo miran, le dan vuelta y me lo devuelven. Los personajes no somos bien vistos, hoy en el lugar de estar tratando inútilmente de olvidar tendría que estar trabajando en alguna novela, pero no está nada fácil el conseguir trabajo, tengo un proyecto de tener un papel en una obra sobre un jugador de fútbol que fue vendido a los cinco años a Tanzania y llegó a jugar en la selección de ese país, no creo que sea un éxito pero algo es algo, igual yo no me desespero ni mucho menos busco trabajar en el exterior. Un amigo mío acepto participar en un libro de S. King, pobre no sabe que lo espera una muerte segura.
La mujer parece no tener documentación encima, los policías le dicen que los tiene que acompañar. Sin pensarlo salto de la silla y golpeo a uno de ellos que tambalea pero no cae, el otro intenta sacar su revólver, me tiro sobre él y lo desarmo, el primero me agarra por atrás del pelo y me apunta en la cabeza. Desde esa posición puedo ver como su compañero se lleva a la mujer de espalda a mí. Me pregunté por qué no me arrestaban, con la ilusión de estar en el mismo patrullero y descubrir el presagio que seguramente escondían esos ojos; "a nadie le importan los personajes" —me contestó.
Pago y la mesera se sigue sonriendo, algunos me dijeron que la vida les sonríe (así como la mesera).
Salgo y no sólo no olvidé a Norma, ahora sumo recuerdos que acabo de sembrar...
Hace quince minutos que estoy esperando el colectivo, podría decir que media hora o tres cuartos de hora o media vida, nunca calculo bien el tiempo cuando espero.

2 comentarios:

Pablo Castro dijo...

Uhhh... hacía mucho que no leía ficción con tantas faltas ortográficas, errores de tipeo y de signos de puntuación. Pero bue... la historia es interesante así que hice el esfuerzo por finalizar el relato.

Javier López dijo...

Pablo, como revisor asumo los errores como propios. El autor nos envió un par de versiones del cuento. No sé si publiqué la correcta, aunque he intentado subsanarlo en lo posible.
Gracias por la apreciación.