viernes, 27 de abril de 2012

Los límites de la paciencia – Héctor Ranea


—Me doy cuenta de que me he quedado sin paciencia. Sí, señor. Tal vez sea la vejez o es que nunca me equiparon con ella. Pero cada vez tengo menos y por eso será que ya no escribo novelas.
—¿Le resulta difícil describir lo que cada personaje va pensando, o es que resulta tedioso inventar tramas que se entrelacen en una mayor?
—A decir verdad, esas novelas con corte clásico me aburren. Nunca intentaría escribir algo así. Me gustan otras novelas, aunque no tan desestructuradas, claro. Alguna trama tiene que haber.
—Es que a veces, a los personajes, hay que darles contexto, espesor, calidez.
—Eso. Personajes. Me tienen podrido.
—Es que sin personajes, ¿qué haría una novela? No imagino siquiera el más desequilibrado Joyce sin personajes. ¿Recuerda la escena de Buck Mulligan afeitándose?
—Es que antes a los personajes me gustaba enseñarles cómo debían actuar. Pero en estos días, no sé... los veo distraídos, desobedecen. Incluso los que, como usted, quieren darme una mano me revientan la paciencia. Discúlpeme si lo borro. Adiós. No es nada personal.
—¡Qué lástima! ¡Y yo que creí que era el comienzo de una linda amistad!

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