lunes, 23 de abril de 2012

Nicolás Copérnico, médico en Heilsberg - Carlos Barbarito


Madera de sándalo rojo, manzanilla en vinagre, díctamo y sanguinaria, cuerno de unicornio, jacinto rojo y zafiros, madera de cedro, esponja armenia, azafrán, un escarabajo, canela, perlas, esmeralda, un corazón de venado reducido a pulpa, corteza de limón. Virutas de marfil. Lagarto cocido en aceite de oliva. Lombrices lavadas en vino. Espolones de gallo. Orina de asno. Espodumena. Azúcar. Oro. Un hombre de ojos grandes y oscuros y mandíbula cuadrada, de labios fruncidos, con el gesto propio de quien está a la defensiva, cerca de una pequeña ventana en un pequeño castillo fronterizo —piedra sobre piedra con muro y foso—, copia antiguos ingredientes en el margen de una página de Euclides. Módica afición de alguien que, cuando llegue la noche, como tantas otras noches, se negará a hacer la más mínima anotación sobre el cielo. En la mesa o en algún cajón o estante, una traducción latina de epístolas de un oscuro bizantino, rutinarias y triviales, y un esbozo de su idea del Universo. Sólo hará imprimir el primero.

(Con autorización del autor. Tomado de: “Materia desnuda”)

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