jueves, 28 de junio de 2012

Cul de sac – Sergio Gaut vel Hartman



—Formemos un equipo —dijo Benito Ferruccini, verdulero diplomado y somelier de jugo de remolachas por la Universidad de Enna, en Sicilia—; los equipos están de moda. Miren a Los vengadores.
—Si llego a mirar a Los vengadores se me pueden pudrir los ojos —respondió Jean-Paul Sartre sin levantar la vista; estaba corrigiendo con resaltador rojo un texto de Albert Camus.
—Yo jugué en equipo, una vez —aportó Gustavo Galaxo, ex futbolista y actual director técnico de Piubella, cosmética capilar—. Me parece que puede andar.
—¿Un equipo heterogéneo, estrambótico, variopinto, atípico? —Arthur Dent miró a sus compañeros de hito en hito. Ya había pasado por cosas peores, en principio, pero la idea de Benito le resultaba más extravagante que un encuentro con Ju'kola, archibobo de los kola'ju—. ¿Por qué no? —concluyó con una risotada.
—Yo al arco no voy —se atajó Jeanne de Orleans.
—Vos, Goldmundo: delantero de punta... —Pero Sandokan tomó a Dent del cuello y lo elevó a la altura de sus ojos. El autoestopista galáctico quedó a ochenta centímetros del suelo.
—Equipo de súper héroes, propuso el verdulero, aquí presente.
—Somelier —corrigió Benito.
—Lo que sea —dijo el Tigre sin mirarlo—. Solo los más aptos.
—El malayo estuvo comiendo de nuevo con Rosenberg, Goebbels y Eichmann —susurró Groucho Marx al oído de Woody Allen.
—No quisiera sonar como un maldito racista —respondió el fundador de Manhattan—, pero la gente de color le cree a pie juntillas a cualquiera que use un par de botas negras bien lustradas.
—Ustedes dos, ahí —dijo de pronto Raskolnikov preparando la AK-47 que le había regalado el mismísimo Mihail Timofeyevich Kaláshnikov—, ¿qué están cuchicheando?
—Estamos hablando de matones —dijo Groucho—, pero no se preocupe, no lo hemos mencionado a usted en ningún momento.
Y así siguieron, sin ponerse de acuerdo, durante horas, días y años. ¿Qué necesidad tienen de ponerse de acuerdo si esta ficción no tiene lógica?
—¿De qué está hablando, jefe? —dijo Benito Ferruccini mirando la pantalla de esta notebook por encima de mi hombro.
—¡Te dije un millón de veces que no espíes cuando escribo! —estallé invadido por la ira.
—Ya no me puede sacar —se burló el verdulero.
—Pero te puedo hacer matar por Jack el destripador y fabricar morcillas con tu sangre.
—Ay, jefe, cada día más idiota, usted. Como si los personajes pudieran morir. Cuando en la ficción nos encontramos con un verdadero personaje, sabemos que ese personaje existe más allá del mundo que lo creó. Tenemos la certeza de que hay cientos de cosas que no conocemos, y que sin embargo existen. De hecho, hay personajes de ficción que cobran vida en una sola frase...
—¡Desgraciado, atorrante, criminal! Eso es de Borges...
—Yo no fui, fue usted, jefe —dijo Benito. Y agregó por lo bajo—. Esto habría hecho las delicias de Roman Polanski.
No contesté. Hubiera sido darle validez a sus palabras. Y nada más alejado de mis deseos. Lo único que quiero es terminar de una buena vez con este engendro.
—¡Imposible, amigo! —exclamó un Huckleberry Finn eternamente adolescente señalando hacia arriba—. Mire el título que le puso, ¡y jódase!


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