jueves, 23 de agosto de 2012

En un bar – Héctor Ranea


Me vio y vino a sentarse a mi mesa. En mi fuero interno insulté a todos los santos y no santos que pueblan los cementerios. Hubiera querido estar solo, después de lo que me había pasado con ella. Pero hice como si nada, después de todo, había que seguir comiendo y la popularidad hay que alimentarla.
—Lo vi y pensé: ¿será él? —sonreía, mientras yo asentía con la cabeza.
—¡Cómo le va! ¡Qué bueno que me reconociera!
—¡Está igualito! —dijo al terminar de sentarse.
—Je. Sí, claro. Todos estamos igual de hechos pelota por el tiempo.
—No; a usted los años no le pasan.
—Por lo visto, a usted tampoco. ¿Le pido un Old Fashioned?
—Si usted me acompaña...
—¡Mozo, dos OF's! —pedí—. ¡Qué grande verlo por acá!
—Y sí. Cada vez que me llaman, acá estoy. Esta vez parece ser un cuento; complicado, pero cuento al fin, vio cómo es. Nada que ver con una novela. Aunque no soy especialista, me doy cuenta, después de tantos años de yugarla.
—Me imagino. Además, con esto de la escritura automática, como que nos han jodido. Me parece, ¿no?
—¡Ni me hable! Cuando escriben así ni piensan en nosotros. Sólo aparecen los principales. Nunca nadie tomando un café, o mirando una vidriera... ¡Qué le va a hacer, amigo! ¡Novelistas eran los de antes! ¿Dónde nos conocimos?
—Creo que en Crimen y castigo.
—¿Tanto hace? ¿Napoleónico? No, déjeme pensar: ¡bailarín! Usted bailaba con la Princesa de... bue, perdóneme pero no recuerdo... tantos años. Yo tocaba el violín en la orquesta.
—¡Ni yo me acuerdo de la Princesa! ¡Había tantas Princesas rusas! —reímos los dos de buena gana, estrenando los OF's—. Seguro que tocaban un vals.
—En realidad, de la música no me acuerdo. La frase era más o menos así: los músicos sonaban mientras... Perdóneme, pero estábamos lejos de la acción.
—Claro. Eran nuestras primeras armas...
—Y casi más nos matan. ¡Qué novelón! Nunca pude terminar, porque después fui pelotón de fusilamiento en una novela mexicana.
—¿Se acuerda cuál? ¿No será...?
—¡Esa misma! ¿Así que también anduvo por Tijuana?
—Guadalajara.
—¿Guadalquivir?
—Eso es en España, ¡hombre!
—Es que me confundo porque los dos países tienen toros de lidia. Y yo no nací ni cerca. Calcule... el Báltico —pensó—. Creo.
—No. Yo creo haber estado en el guión de King Kong. Un despelote. Tal vez me vio.
—¿La versión final? No sé. Pero ¡basta de pasado! ¿Qué lo trajo hasta acá?
—Problemas de polleras... —confesé—. Me llevo mal con una mujer en un bar y me echó, caminaba para acá cuando el protagonista me golpeó sin querer y me olvidó.
—¿La mujer?
—No; el guionista. Me dejó olvidado en la vereda. No puedo saber qué pasa con esa mujer. Estaba buena.
—Ya se le va a pasar, amigo. Es el problema con los personajes secundarios. Nos traen, nos sacan, nos ponen... ¡Menos mal que tenemos gin!
—¡Y de sobra! ¡Vamos por el segundo!

Sobre el autor:
Héctor Ranea

No hay comentarios.: