lunes, 5 de noviembre de 2012

Genio y figura - Fernando Andrés Puga


Nadie la espera en el andén. Nadie la abraza y la besa con emoción cuando baja. Nadie la ayuda con el equipaje. Nadie la acompaña hasta la parada del colectivo que la acercará a la casa de ese tío que sólo conoce por los relatos de mamá. Nadie en la gran ciudad sabe que se vino.
-¿La ayudo, señorita? Con la valija, digo.
Tamara está absorta, confundida entre el gentío que inunda la estación a esta hora del día y antes de que responda ya el muchachito arrebató lo poco que traía de casa: algo de ropa, una caja que le guardó mamá a último momento en la que no sabe que hay y... ¡la carta para el tío con la dirección y el teléfono! Al darse cuenta empieza a revisarse los bolsillos, pero no. Tiene la cédula, el poco dinero que logró juntar antes de partir, la foto de Arnaldo, pero la carta no. Quedó en un rincón de la valija.
Parada en medio del gran salón central. Aturdida y sola. Tamara se larga a llorar en silencio, deseando que la tierra la trague. Nadie nota la presencia de esta joven apenas salida de la infancia que no atina más que a acurrucarse en un rincón y esconder la cara entre sus manos.
Yo soy nadie. Desde un pequeño nicho que hay en la pared, cerca del alto techo, donde suelo entretenerme contemplando el bullicio interminable de los hombres que van y vienen como hormigas laboriosas, me detuve en ella desde el momento en que la vi bajar del tren. Sentí enseguida su angustiante soledad y al verla así, decidí intervenir. No será la primera vez, ni la última. Sé que debo pasar inadvertido, pero hay veces en que no estoy dispuesto a contenerme. Si no puede darle una mano a una inocente en dificultades ¿para qué corno sirve un genio como yo, extraviado en el tiempo y el espacio desde que a aquel infeliz se le cayó la lámpara en la boca del volcán?

Acerca del autor: Fernando Puga

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