—¿Arrancará después, Doc? —pregunta el ayudante de revisión instrumental—. Revisé la batería, pero nunca se sabe.
—No
lo sabrá usted —contestó Doc Holloguay, inspector y emergentólogo con
experiencia harto suficiente—. Yo sé que sí. Por las dudas, ponga las
llaves, así no pierde tiempo. Es necesario que el líquido llegue al
procesador lo antes posible.
—¡Esa la sé! Aprendimos que estos, en cuanto les falta el líquido se ponen frágiles.
—Tan frágiles como que se mueren, ¡idiota! ¡Y preste atención o le hago retirar el brevet de ayudante!
El
pequeño colaborador tragó con dificultad la saliva y se calló la boca
mientras Doc operaba sobre ese espécimen. Desde que habían entrado en el
planeta aprendieron de mala manera cómo estaban hechos. Nada especial;
además, envejecían, se extraviaban, morían. Una fabricación
sencillamente de cuarta. Cosas así se veían en la Galaxia, pero tan
malas francamente no. Hasta un ayudante de instrumental podía darse
cuenta de qué calidad hablaban. Y con esto de la ayuda habían quedado
varios que aprendieron cómo estaban armados para darles en lo posible
cura a los pobres desgraciados.
—Me jode esto de las baterías, le digo. No nos mandan suficientes, Doc. No sé si tenemos que seguir tratando de que arranquen.
—No sé cuál pensará que es su misión, usted. Pero yo tengo el objetivo claro.
—¡Intente
arrancarlos sin bateria! ¡Vamos, intente! No se haga el culo con
arandela conmigo. Yo no seré Doctor, pero entiendo mi oficio.
—Tiene
razón, pero no siga hablando sin ton ni son. Me distrae. Este ejemplar
tiene la tubería anulada y no se ve dónde está la obstrucción. Deme luz
acá.
—Bien —hace una pausa bastante prolongada—. No entiendo para
qué querríamos conservar estos bichos. Huelen como el demonio. No tienen
para nada buen carácter. Cada vez que pudieron atacarnos con éxito, le
comieron la extremidad superior a nuestros camaradas.
—Pensaban que eran nuestros cerebros, no entienden que nuestra organización es diferente. Creo que buscan nuestro cerebro.
—¿Cerebro? ¡Ja, ja! ¿Qué es eso?
—Un
adminículo que algunos de estos seres aún tienen. Al parecer, estos que
arreglamos se alimentan de ello. Esta hecho de una sustancia grasa
insípida que parece que los alimenta bastante. Por cierto, no parece
servirles de mucho porque a torpes no les gana nadie, palabra.
—Claro que los otros no son amigables tampoco.
—¿Y
que quería, usted? Son pocos y bastante adaptados aunque parecen en
inferioridad de condiciones respecto de estos seres. Los llaman zombis.
—¿A quién? ¿A estos que queremos arrancar?
—Sí.
—¿No son de este planeta?
—Diría que sí.
—Venga... llamarse justo como el nuestro. ¡Ah, queridísimo Zombi!
—No
quiero sensiblería. Cállese mejor y páseme el prevergador y la batería.
Manténgase lejos, que cuando arrancan es cuando más energía tienen para
atacarnos.
—¡Joder con estos bichos! Me vengo a explicar ahora
por qué los de arriba quieren ayudarles. Ese nombre... deben pensar que
son de los nuestros. Los Zombis perdidos de la cuarta brigada... ¡Toda
una leyenda! ¿Qué opina usted? ¿Serán?
—No lo creo. Pero mientras allá en Zombi sí lo crean, seguimos teniendo trabajo.
—Espero,
eso sí, que manden baterías para arrancarlos, porque el arranque cuerpo
a cuerpo es doloroso. ¿Sabe las veces que me arrancaron la extremidad
con su boca?
—¡Ni me lo cuente! Yo tengo mis experiencias también, no se vaya a creer. Bueno, ¡ya está, proceda!
—¿Arrancará, Doc?
—Pruebe, ayudante. Pruebe.
Sobre el autor: Héctor Ranea
2 comentarios:
Muy buena
gracias, Maryjuly. Gracias.
Publicar un comentario