sábado, 2 de febrero de 2013

Rossana - Raquel Barbieri


Los vientos de la aventura y la creatividad soplaban.
Rossana, aprovechando su capacidad sobrenatural, decidió pasar un día caminando sobre las letras del diario íntimo de Marcos para saber qué se sentía a través de su tinta.
Se hizo chiquita, minúscula, casi microscópica y con un pensamiento se transportó por el espacio recorriendo la distancia que separaba su casa de la de él.
Ella sabía todo lo que él le contaba al diario, pero quería sentirlo en su cuerpo, lamer un poco de esa tinta, nadar en la que estaba aún húmeda y hacer la plancha entre renglones.
La letra de Marcos no tenía demasiadas curvas; era abrupta y masculina, sus trazos algo violentos y ciertas palabras, no demasiado legibles… como él. Uno es su propia letra. Uno es su propia tinta, prolongación de la sangre que al tomar contacto con el exterior cambia de color y se vuelve azul o negra, verde o sigue siendo roja pero menos densa que la sangre, menos densa que la saliva y que el semen.
La tinta es menos densa porque los pensamientos se alivianan al ser escritos.

Rossana, empequeñecida para no ser descubierta, se deslizó por una letra g que casi no tenía pancita. Le costó pasar por ese intersticio que la apretaba. Salió finalmente y el recorrido continuó hacia una letra a. Allí se quedó dormida un rato y soñó que se hamacaba, que llegaba cada vez más arriba y que nada podía detenerla. El asiento de la hamaca era la letra.
Marcos hablaba por teléfono, leía sus e-mails y ni siquiera imaginaba que su diario íntimo había sido invadido por Rossana y sus ocurrencias de ángel de la guarda a go-go.
Ella se ruborizó un poco al leer ciertas cosas… claro, una cosa era saber que esas palabras estaban ahí y otra cosa era verlas, más que verlas, tocarlas y beberlas. Se puso roja y luego, azul; roja por la vergüenza y azul por lamer una palabra que le gustó. Era una palabra sabrosa y ella no quiso privarse; después de todo, solamente aparecería un borroncito en la hoja, la tinta un poco más clara… Marcos no se daría cuenta de nada.
Él volvió a su diario porque tuvo una ocurrencia que no era para compartir con el afuera. Hay ciertas cosas que son para uno, y esto era de él. Abrió el cuaderno, y del movimiento que hizo, la pobre Rossana sintió que el samba del Italpark había empezado la vuelta y que todos estaban sentados y ella en el medio tratando de mantenerse parada. Gritó pero Marcos no la oyó porque al achicarse, había perdido proporcionalmente el volumen de su voz.
Él sintió como si hubiera entrado un airecito en la habitación, pero no… era la empequeñecida azulada y semi aplastada que lograba a duras penas sostenerse del borde de la hoja.
Rossana se acordó de Tosca a punto de arrojarse del Castell Sant’Angelo, aunque en lugar de “- Oh, Scarpia… avanti a Dio”… no pudo ser tan fina y dijo: “- La puta… me caigo”… “- ¡Qué boquita!”, le gritó alguien de Arriba, pero ella se hizo la distraída.
Con esfuerzo, se agarró de un dedo de Marcos y trepó hasta su pecho, en donde decidió quedarse toda la tarde. Estaba lindo y calentito ahí.

Extraído del blog Despertar de la Crisálida
Sobre la autora: Raquel Barbieri

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