lunes, 11 de marzo de 2013

Amor intergaláctico — Cristian Cano


Igual, estoy contento. Mi abuela me dijo que no pase más tiempo mirando por la ventana para esperar el amor de mi vida. Dijo que es una pérdida de tiempo.
—¡Tenés que ir a buscarla vos! —me afirmó. De todas maneras, siempre termino diciéndole que la mujer que espero no vive en este planeta. Se lo digo cuando cae la tardecita y tomamos mate en el patio. La última noche, pasó una estrella fugaz justo arriba de nosotros. —Aprovecha y pedí un deseo —me dijo—, pedí una compañera.
Su recorrido no había terminado cuando el deseo se había formalizado. No lo dije, está claro, por miedo a que no se cumpliera. Enclenque, me levanté y le di el mate a mi abuela. Fui a la cocina a buscar unas masitas. Cuando volví, una ácida nube gaseosa, descendía desde lo alto del paredón lindante. Un fuerte olor a calcio me disminuyó la respiración: y ahí estaba, saludando a mi abuela. Me puse nervioso y traté de estar calmo. No me quería martirizar con errores en un tiempo futuro. Despacito, me acerque. Ella tenía un cuerpo esbelto y fibroso. ¿Cómo ser proactivo en función de una situación así? Nunca lo supe. Mi abuela le convidó un mate y ella sonrió para después mirarme. Acto benévolo que, según mi abuela querida, debía siempre tomar a mi favor.

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